lunes, 3 de marzo de 2014

ese curioso objeto llamado carta o de hasta dónde nos puede llevar una ausencia (no. 75)


La carta cuenta ya con una larguísima historia de siglos y, aunque para algunos se trate actualmente de un “objeto” anacrónico debido a las nuevas tecnologías y formas de comunicación[1], siempre será un discurso complejo que llena de posibilidades el decir (sea ficticio o real); y siempre habremos devotos fascinados por el arte de leer y escribir cartas. Dejo aquí algunos apuntes para justificar lo anterior:

1.
Desde siempre, el principio más elemental de una carta es la ausencia. Trátese de una misiva formal, meramente informativa o de corte personal (amistad, amor, familia), su redacción parte de la imposibilidad de decirle algo a alguien de manera directa y de viva voz. Esa ausencia es la que nos ha llevado a idear un sinfín de estrategias para decir por escrito lo que es menester decir.

2.
En la Antigüedad, según apunta Claudio Guillén en “La escritura feliz: literatura y epistolaridad”, la escritura de cartas no sólo implicaba el saber leer y escribir, sino que era “un logro, una adquisición, un paso decisivo […] un gozne esencial, que significaba un añadido, el del acto escrito tras el acto hablado” (181), es decir, constituía una escritura que incorporaba estilizándolos los matices de la oralidad, lo que uno diría si estuviera presente el destinatario.

3.
Como muchas formas discursivas, la carta se fue enriqueciendo con una preceptiva bastante meticulosa y que exigía un grado superior de aprendizaje. Escribir cartas llegó a tener el prestigio de aquello que requería estudio, conocimiento, habilidad y talento. Hasta donde se tiene conocimiento los tratados más antiguos son el Túpoi Epistolikoí (Tipos epistolares), atribuido a Demetrio, y el Perí epistolimaíon kharaktêros (Sobre los estilos epistolares) atribuido a Libanio o a Proclo, datan respectivamente del siglo III d. C. y de los siglos IV al VI d. C., respectivamente. En el primero, se describen y ejemplifican veintiún tipos de cartas según su objetivo, intención, destinatario, etc. En el segundo, ya se incluyen 41 variantes de carta (Guillén 181-182).

4.
Tanto en la Antigüedad como en el Renacimiento, el intercambio de cartas tuvo un gran auge, pues dedicarle palabras escritas a alguien llegó a considerarse uno de los obsequios más caros, en tanto que representaba un ejercicio libre, pleno, afectuoso de la amistad.

5.
Sir, more than kisses, letters mingle souls,
For thus friends absent speak […][2]

6.
En la Epístola escrita en verso dirigida a Boscán[3], Garcilaso de la Vega expone también algunos principios teóricos sobre la escritura de las cartas, como son la elección de un tema y un estilo idóneos según la naturaleza de la carta, además del ya mencionado ejercicio de la amistad inherente a la elección libre de las palabras escritas dirigidas al amigo.

7.
Pero la carta también ha incursionado en el ámbito de la creación literaria como juego entre ficción y realidad. Escribir algo pensando en alguien implica hablar desde un yo que se va construyendo a sí mismo en cada palabra, en el qué dice y cómo, en la introducción a su carta y en su despedida, en las informaciones que omite y en las que disimula. Y no sólo eso, sino que en ese ejercicio de dirigirnos a otro por escrito, igualmente lo configuramos a él o a ella, a ese destinatario de la carta. Entre el yo que escribe para el que leerá caben todas las argucias para forjar amores, crear intrigas, estrechar o disolver amistades, tensar los lazos familiares, anunciar la peor de las desventuras o poner en entredicho la veracidad de todo lo anterior.

8.
Las Cartas de las heroínas de Publio Ovidio Nasón (43 a. C. – 17 d. C.) resultan reveladoras a propósito de lo anterior, puesto que recrean la voz de diosas y personajes históricos del horizonte griego en la intimidad de la carta del amor ausente, el desamor, el abandono o la fatalidad.

9.
Alrededor del siglo II d. C., Alcifronte escribe un conjunto de 72 cartas ficticias en que da voz a personajes marginales (prostitutas, parásitos, pescadores y marineros) con el fin de exhibir los vicios y fracturas de la sociedad desde el humor, el escarnio y la mezquindad de dichos personajes.

10.
Famosas desde su edición en 1669 las Lettres d’amour d’une religieuse portugaise (traducida como Cartas de la monja portuguesa), llevó al límite el juego entre realidad y ficción desde el discurso epistolar. Aunque hubo quien dudó de la autenticidad de las cartas (como Rousseau), la ilusión de que habían sido redactadas por Marianna Alcoforado (la monja portuguesa) prevaleció entre un sinfín de lectores hasta 1926 en que Frederick C. Green comprobó que en realidad habían sido escritas por un hombre, el conde de Guilleragues, y que su manufactura muy probablemente surgió de un simple juego en el que los participantes se retaban a fingir cartas de amor (Guillén 228).

11.
En la actualidad, la estrategia epistolar en la literatura sigue siendo reveladora, vigente, fascinante, divertida, entrañable; y, en algunos casos, continúa desvaneciendo los límites entre realidad y ficción.

12.
Más allá de la incursión de las peculiaridades del discurso epistolar en obras de creación literaria, quisiera cerrar con el por qué Claudio Guillén considera las cartas como una escritura feliz. Primero, porque “las cartas suprimen las distancias entre la literatura y la vida”, pues la llevan a lo escrito para ser compartido en confidencia con ese que habrá de leernos. Segundo, porque uno de los secretos de la redacción de epístolas era y sigue siendo la posibilidad de escribirlas en libertad, “felizmente” dice él. Tercero, en muchas ocasiones las cartas no han sido más que la expresión de un deseo genuino, el más simple y puro deseo de escribirle a alguien, de experimentar la escritura como un inicio de contacto con el otro. Para esto cita a Cicerón cuando le comunica a Ático: “no tengo nada que decirte […]; y acto seguido, sin embargo, le escribe y se lo dice” (232). Cuarto, en casos como el anterior, tiene más importancia el deseo de decir que el decir en sí y es este, muchas veces, un decir que “pudo significar la entrega más verdadera a la expresión y por consiguiente al cultivo del afecto, de la amistad, del amor. Y, con éstos, al halago de una escritura feliz” (233).

13.
Y tal vez por todo lo anterior, como lectores, resulta irresistible husmear en la correspondencia de tantos y tantas: Arendt, Lorca, Neruda, Kafka, Woolf, Fitzgerald, Reyes, Owen, Beauvoir, Yourcenar, Wilde…

14.
Carta de Federico García Lorca a Salvador Dalí (fragmento)
Barcelona, 1927
Mi querido Salvador: cuando arrancó el automóvil, la oca empezó a graznar y decirme cosas del Duomo de Milán. Yo estuve a punto de tirarme del coche para quedar contigo (contiguito) en Cadaqués […]
Ahora sé lo que pierdo separándome de ti. La impresión que me da Barcelona es la impresión de que todo el mundo juega y suda con una preocupación de olvido. Todo es confuso y embistiente como la estética de la llama, todo indeciso y despistado. […]
Quisiera llorar pero con el llanto sin conciencia de Lluís Salleras o con el canto estupendo de cuando tu padre tararea la sardana “Una llàgrima”.
Me he portado como un burro indecente contigo que eres lo mejor que hay para mí. A medida que pasan los minutos lo veo claro y tengo verdadero sentimiento. Pero esto sólo aumenta mi cariño por ti y mi adhesión por tu pensamiento y tu calidad humana.
Esta noche como con todos los amigos de Barcelona y brindaré por ti y por mi estancia en Cadaqués […].
Acuérdate de mí cuando estés en la playa y sobre todo cuando pintes los crepitantes y mis cenicitas, ¡ay, mis cenicitas! Pon mi nombre en el cuadro para que mi nombre sirva para algo en el mundo y dame un abrazo que bien lo necesita tu
Federico

Bibliografía
Donne, John. “To Sir Henry Wotton”. www.luminarium.org.
García Lorca, Federico. Epistolario completo. Andrew A. Anderson y Christopher Maurer (eds.). Madrid: Cátedra, 1997.
Guillén, Claudio. “La escritura feliz: literatura y epistolaridad” en Múltiples moradas. Barcelona: Tusquets, 1998. P. 177-233.
Vega, Garcilaso de la. “Epístola” en www.biblioteca-antologica.org.
Villoro, Juan. “Escribir cartas: pedir que el tiempo exista”. Revista Crítica. http://revistacritica.com/ensayo-literario/escribir-cartas-pedir-que-el-tiempo-exista



[1] En este link se puede consultar “Escribir cartas: pedir que el tiempo exista” de Juan Villoro: http://revistacritica.com/ensayo-literario/escribir-cartas-pedir-que-el-tiempo-exista
[2] “To Sir Henry Wotton”, carta en verso de John Donne (1598). Consulta aquí la carta-poema completo: http://www.luminarium.org/sevenlit/donne/wotton.htm
[3] En el siguiente enlace puedes consultar el poema completo, así como una breve introducción al autor y su obra: http://www.biblioteca-antologica.org/wp-content/uploads/2010/04/VEGA-G-Ep%C3%ADstola-a-Bosc%C3%A1n1.pdf

No hay comentarios: