La
carta cuenta ya con una larguísima historia de siglos y, aunque para algunos se
trate actualmente de un “objeto” anacrónico debido a las nuevas tecnologías y
formas de comunicación[1],
siempre será un discurso complejo que llena de posibilidades el decir (sea
ficticio o real); y siempre habremos devotos fascinados por el arte de leer y escribir
cartas. Dejo aquí algunos apuntes para justificar lo anterior:
1.
Desde
siempre, el principio más elemental de una carta es la ausencia. Trátese de una
misiva formal, meramente informativa o de corte personal (amistad, amor,
familia), su redacción parte de la imposibilidad de decirle algo a alguien de
manera directa y de viva voz. Esa ausencia es la que nos ha llevado a idear un
sinfín de estrategias para decir por escrito lo que es menester decir.
2.
En la
Antigüedad, según apunta Claudio Guillén en “La escritura feliz: literatura y epistolaridad”,
la escritura de cartas no sólo implicaba el saber leer y escribir, sino que era
“un logro, una adquisición, un paso decisivo […] un gozne esencial, que
significaba un añadido, el del acto escrito tras el acto hablado” (181), es
decir, constituía una escritura que incorporaba estilizándolos los matices de
la oralidad, lo que uno diría si estuviera presente el destinatario.
3.
Como
muchas formas discursivas, la carta se fue enriqueciendo con una preceptiva
bastante meticulosa y que exigía un grado superior de aprendizaje. Escribir
cartas llegó a tener el prestigio de aquello que requería estudio,
conocimiento, habilidad y talento. Hasta donde se tiene conocimiento los
tratados más antiguos son el Túpoi
Epistolikoí (Tipos epistolares), atribuido a Demetrio, y el Perí epistolimaíon kharaktêros (Sobre
los estilos epistolares) atribuido a Libanio o a Proclo, datan respectivamente
del siglo III d. C. y de los siglos IV al VI d. C., respectivamente. En el
primero, se describen y ejemplifican veintiún tipos de cartas según su
objetivo, intención, destinatario, etc. En el segundo, ya se incluyen 41
variantes de carta (Guillén 181-182).
4.
Tanto
en la Antigüedad como en el Renacimiento, el intercambio de cartas tuvo un gran
auge, pues dedicarle palabras escritas a alguien llegó a considerarse uno de
los obsequios más caros, en tanto que representaba un ejercicio libre, pleno,
afectuoso de la amistad.
5.
Sir,
more than kisses, letters mingle souls,
For
thus friends absent speak […][2]
6.
En la Epístola escrita en verso dirigida a
Boscán[3],
Garcilaso de la Vega expone también algunos principios teóricos sobre la
escritura de las cartas, como son la elección de un tema y un estilo idóneos
según la naturaleza de la carta, además del ya mencionado ejercicio de la
amistad inherente a la elección libre de las palabras escritas dirigidas al
amigo.
7.
Pero
la carta también ha incursionado en el ámbito de la creación literaria como
juego entre ficción y realidad. Escribir algo pensando en alguien implica hablar
desde un yo que se va construyendo a
sí mismo en cada palabra, en el qué dice y cómo, en la introducción a su carta
y en su despedida, en las informaciones que omite y en las que disimula. Y no
sólo eso, sino que en ese ejercicio de dirigirnos a otro por escrito,
igualmente lo configuramos a él o a ella, a ese tú destinatario de la carta. Entre el yo que escribe para el tú
que leerá caben todas las argucias para forjar amores, crear intrigas,
estrechar o disolver amistades, tensar los lazos familiares, anunciar la peor
de las desventuras o poner en entredicho la veracidad de todo lo anterior.
8.
Las Cartas de las heroínas de Publio Ovidio
Nasón (43 a. C. – 17 d. C.) resultan reveladoras a propósito de lo anterior,
puesto que recrean la voz de diosas y personajes históricos del horizonte
griego en la intimidad de la carta del amor ausente, el desamor, el abandono o
la fatalidad.
9.
Alrededor
del siglo II d. C., Alcifronte escribe un conjunto de 72 cartas ficticias en
que da voz a personajes marginales (prostitutas, parásitos, pescadores y
marineros) con el fin de exhibir los vicios y fracturas de la sociedad desde el
humor, el escarnio y la mezquindad de dichos personajes.
10.
Famosas
desde su edición en 1669 las Lettres
d’amour d’une religieuse portugaise (traducida como Cartas de la monja portuguesa), llevó al límite el juego entre
realidad y ficción desde el discurso epistolar. Aunque hubo quien dudó de la
autenticidad de las cartas (como Rousseau), la ilusión de que habían sido
redactadas por Marianna Alcoforado (la monja portuguesa) prevaleció entre un
sinfín de lectores hasta 1926 en que Frederick C. Green comprobó que en
realidad habían sido escritas por un hombre, el conde de Guilleragues, y que su
manufactura muy probablemente surgió de un simple juego en el que los
participantes se retaban a fingir cartas de amor (Guillén 228).
11.
En la
actualidad, la estrategia epistolar en la literatura sigue siendo reveladora,
vigente, fascinante, divertida, entrañable; y, en algunos casos, continúa
desvaneciendo los límites entre realidad y ficción.
12.
Más
allá de la incursión de las peculiaridades del discurso epistolar en obras de
creación literaria, quisiera cerrar con el por qué Claudio Guillén considera
las cartas como una escritura feliz. Primero, porque “las cartas suprimen las
distancias entre la literatura y la vida”, pues la llevan a lo escrito para ser
compartido en confidencia con ese tú
que habrá de leernos. Segundo, porque uno de los secretos de la redacción de
epístolas era y sigue siendo la posibilidad de escribirlas en libertad,
“felizmente” dice él. Tercero, en muchas ocasiones las cartas no han sido más
que la expresión de un deseo genuino, el más simple y puro deseo de escribirle
a alguien, de experimentar la escritura como un inicio de contacto con el otro.
Para esto cita a Cicerón cuando le comunica a Ático: “no tengo nada que decirte
[…]; y acto seguido, sin embargo, le escribe y se lo dice” (232). Cuarto, en casos
como el anterior, tiene más importancia el deseo de decir que el decir en sí y
es este, muchas veces, un decir que “pudo significar la entrega más verdadera a
la expresión y por consiguiente al cultivo del afecto, de la amistad, del amor.
Y, con éstos, al halago de una escritura feliz” (233).
13.
Y tal
vez por todo lo anterior, como lectores, resulta irresistible husmear en la
correspondencia de tantos y tantas: Arendt, Lorca, Neruda, Kafka, Woolf, Fitzgerald,
Reyes, Owen, Beauvoir, Yourcenar, Wilde…
14.
Carta
de Federico García Lorca a Salvador Dalí (fragmento)
Barcelona,
1927
Mi
querido Salvador: cuando arrancó el automóvil, la oca empezó a graznar y
decirme cosas del Duomo de Milán. Yo estuve a punto de tirarme del coche para
quedar contigo (contiguito) en Cadaqués […]
Ahora
sé lo que pierdo separándome de ti. La impresión que me da Barcelona es la
impresión de que todo el mundo juega y suda con una preocupación de olvido. Todo es confuso y embistiente
como la estética de la llama, todo indeciso y despistado. […]
Quisiera
llorar pero con el llanto sin conciencia de Lluís Salleras o con el canto
estupendo de cuando tu padre tararea la sardana “Una llàgrima”.
Me he
portado como un burro indecente contigo que eres lo mejor que hay para mí. A
medida que pasan los minutos lo veo claro y tengo verdadero sentimiento. Pero
esto sólo aumenta mi cariño por ti y mi adhesión por tu pensamiento y tu
calidad humana.
Esta
noche como con todos los amigos de Barcelona y brindaré por ti y por mi
estancia en Cadaqués […].
Acuérdate
de mí cuando estés en la playa y sobre todo cuando pintes los crepitantes y mis
cenicitas, ¡ay, mis cenicitas! Pon mi nombre en el cuadro para que mi nombre
sirva para algo en el mundo y dame un abrazo que bien lo necesita tu
Federico
Bibliografía
Donne, John. “To
Sir Henry Wotton”. www.luminarium.org.
García Lorca, Federico. Epistolario completo. Andrew
A. Anderson y Christopher Maurer (eds.). Madrid: Cátedra, 1997.
Guillén, Claudio. “La escritura feliz: literatura
y epistolaridad” en Múltiples moradas.
Barcelona: Tusquets, 1998. P. 177-233.
Vega, Garcilaso de la. “Epístola” en
www.biblioteca-antologica.org.
Villoro, Juan. “Escribir cartas: pedir que el
tiempo exista”. Revista Crítica. http://revistacritica.com/ensayo-literario/escribir-cartas-pedir-que-el-tiempo-exista
[1] En este link se puede consultar
“Escribir cartas: pedir que el tiempo exista” de Juan Villoro:
http://revistacritica.com/ensayo-literario/escribir-cartas-pedir-que-el-tiempo-exista
[2] “To Sir Henry Wotton”, carta en verso
de John Donne (1598). Consulta aquí la carta-poema completo:
http://www.luminarium.org/sevenlit/donne/wotton.htm
[3] En el siguiente enlace puedes consultar
el poema completo, así como una breve introducción al autor y su obra: http://www.biblioteca-antologica.org/wp-content/uploads/2010/04/VEGA-G-Ep%C3%ADstola-a-Bosc%C3%A1n1.pdf
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