Preguntas como qué es o para qué sirve la poesía a veces son sólo pretextos para apelar a múltiples respuestas que, por fortuna, nunca son definitivas. Desde siempre, el qué y el para qué de la poesía han estado latentes en el quehacer de cada poeta, en la propuesta de cada movimiento y en las relaciones que a lo largo de los siglos ha venido manteniendo la poesía con los mundos que la circundan.
Con el fin de charlar acerca de los vínculos del trabajo poético con lo místico y lo social se dieron cita los poetas Luis García Montero, Javier España, Muhsin Al Ramli, Tomás Calvillo y Rubén Reyes Ramírez el pasado lunes 14 de enero en el auditorio del Centro Cultural Olimpo en el marco del Mérida Fest. Si bien el campo de la discusión fue vasto, la intervención de cada poeta vino a dar respuestas provisionales pero no por eso menos significativas del qué y el para qué del acto poético.
Me detengo en estas páginas en la propuesta del poeta español Luis García Montero, pues no sólo me parece importante reconocer los principios que subyacen a su obra, sino que los creo además imprescindibles para pensar la poesía contemporánea y el papel que el poeta mismo juega dentro de la sociedad contemporánea.
Para García Montero el ejercicio poético implica necesariamente una larga meditación sobre el uso de las palabras, sobre sus posibilidades de expresión y sus limitaciones. Esta meditación no se reduce a elegir la palabra justa o el matiz necesario con el que crear una imagen o cerrar un poema, sino que es un medio para llegar a ser un individuo dueño de su propia conciencia. Desde esta perspectiva, escribir poesía no puede ser menos que un trabajo concienzudo con el lenguaje, un pensar en las palabras precisas, más que para crear imágenes deslumbrantes o explotar los múltiples sentidos de la palabra, para erigirse como un decir (un pronunciamiento) desde lo más profundo de la reflexión acerca de uno como individuo, como ser humano atravesado por un tiempo y un espacio del que también participan otros individuos. Por eso los poetas, apunta García Montero, no pueden ser portavoces de dogmas o posturas “oficiales” o ajenas, porque calibrar la justeza de las palabras nos lleva por el camino de irnos haciendo cada vez más dueños de nuestra propia conciencia y de ese trayecto no hay vuelta atrás.
Vista así, la poesía no puede tampoco ser catarsis o desahogo, escrita en la premura del sentimiento, pues como apunta el poeta, si es expresión de la plena conciencia “no es punto de partida, sino de llegada” y como tal representa también un ejercicio de libertad. Siguiendo a Machado, García Montero comentaba que la libertad no sólo consistía en poder decir lo que se piensa, sino en poder pensar lo que se dice: la poesía es entonces un acto de libertad y el deber del poeta es pensar largamente aquello que va a decir, porque el decir no es sólo un derecho, es ante todo una responsabilidad.
Y quizá quede la pregunta implícita en todo lo anterior: qué dice la poesía, cómo encontrar una correspondencia entre el decir de la poesía y lo que demanda el mundo contemporáneo caracterizado por la velocidad de lo mediático y sus discursos pragmáticos. En este punto García Montero apelaba no sólo al papel de los poetas en sociedades como las que vivimos, sino al papel de la poesía a lo largo de los siglos. En muchos sentidos, la poesía ha sido testimonio de cómo las sociedades viven, sufren, sueñan, experimentan la muerte o la pasión en un momento histórico determinado; más que reflejo, la poesía ha sido representación estética de la vivencia y el sentir del ser humano, porque “las lágrimas también son parte de nuestra historia”.
Ha sido común el reclamo a la poesía de permanecer ajena al ámbito de lo social por dedicarse a dar cuenta de aquellos asuntos que acontecen en la intimidad, pero también se pasa por alto que la intimidad es una construcción y una experiencia social. Estamos atravesados por un tiempo y un espacio específicos que compartimos inevitablemente con otros seres humanos que también habitan, padecen o disfrutan nuestro entorno. Si la poesía coloca como protagonista el modo como ahora experimentamos el amor, el dolor, el duelo, la felicidad, la incertidumbre o el desasosiego, es porque no hay mejor manera de dialogar con el otro sino apelando a la intimidad, a ese mundo en común que todos tenemos. García Montero compartía una anécdota personal a propósito de lo anterior: una de las lecturas de juventud que le fueron realmente significativas fue “La canción del pirata” de Espronceda, pues en aquel poema encontraba una oportunidad inigualable para colocarse en el sentir más profundo del pirata. Leer aquellos versos fue para García Montero descubrir que, a través de la poesía, el otro está en nosotros desde el principio, porque la poesía es diálogo genuino, de tú a tú, de una intimidad a otra. Estar en la piel del pirata es descubrirse a uno mismo a través de las palabras de otro, entrar en diálogo con un poeta que ha asumido el compromiso y la libertad de elegir las palabras más justas para dar cuenta de su plena conciencia y propiciar ese diálogo/reconocimiento con los otros.
Comparto aquí la página del escritor español: http://luisgarciamontero.com/
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