lunes, 24 de marzo de 2014

Odín, el colgado (no. 76)



En la mitología nórdica, Odín era el soberano que reinaba sobre Asgard, el hogar de los dioses, y se le representaba como un personaje solemne y distante en cuyos hombros se posaban dos cuervos: Hugin (pensamiento) y Munin (memoria), que volaban todos los días alrededor del mundo para llevarle a Odín noticias sobre el proceder de los humanos (Hamilton 397). A pesar de su superioridad, Odín siempre quería aprender cada vez más, por eso “descendió al Pozo de la Sabiduría guardado por Mímir el sabio, para rogar que le concediera un sorbo, y cuando Mímir contestó que debía pagar por ello con uno de sus ojos, accedió (Hamilton 397-398). Por la misma razón se sometió a una prueba peculiar a fin de penetrar en el misterio de las runas. A lo largo de nueve noches se colgó de cabeza de un árbol, dejando su cuerpo, ya herido por una lanza, a merced del viento. La entrega de Odín al dolor inherente a estas pruebas era voluntaria e implicaba no sólo el deseo de adquirir sabiduría, sino la profundización en un conocimiento sobre sí mismo: Odín se entrega a Odín (yo a mí mismo), según leemos en Odin’s Rune-song:

I know that I hung,
on a wind-rocked tree,
nine whole nights,

with a spear wounded,
and to Odin offered,
myself to myself;
on that tree,
of which no one knows
from what root it springs.
Bread no one gave me,
nor a horn of drink,
downward I peered,
to runes applied myself,
wailing learnt them,
then fell down thence (80-81).


            La prueba de Odín implica ante todo un sacrificio voluntario a sabiendas de que, una vez superados el dolor y el tiempo de aislamiento, el dios saldrá renovado, con un nuevo conocimiento de las cosas y de sí. Este crecimiento individual se manifestaba también en la generosidad de Odín, pues no se guardaba lo aprendido, sino que lo compartía con dioses y hombres por igual.
            El arcano mayor del Colgado en el Tarot es uno de los más complejos simbólicamente, y es el único representado de modo explícito por un dios identificable: Odín. El episodio de Odín colgado del Árbol del Mundo durante nueve días entraña la importancia de la quietud a pesar del dolor; es una búsqueda estática en donde el viaje a llevar a cabo debe ser al interior. De acuerdo con el Tarot de Waite ésta es la carta de la paradoja (92), pues representa la acción estática de Odín que, a diferencia de los personajes de otras culturas que se encuentran también en una búsqueda del conocimiento, él es el único que procura la quietud para llegar a él y no el viaje o la aventura.
            Si nos remitimos al Tarot de Marsella  o Tarot de los Bohemios de Papus, veremos que El Colgado guarda muchos otros significados. La letra hebraica correspondiente a este arcano es la “lamed” y representa el brazo, es decir, “designa cualquier cosa que se eleva, se extiende o se despliega, como el brazo. Es el signo del movimiento expansivo. Este signo se aplica a todas las ideas de extensión, ocupación y posesión. Finalmente es la imagen del poder que resulta de la elevación” (154). Su correspondiente astrológico es el signo zodiacal Libra y por eso, agrega Papus, el Colgado sintetiza la necesidad de una fuerza equilibrante entre necesidad y libertad (caridad, gracia: potencia conservadora del amor), entre poder y coraje (prudencia: la experiencia adquirida, el saber) (156). En su tratado, Papus identifica un sentido más específico en el sacrificio de Odín, pues ve cómo responde a la lógica de la revelación divina a la humanidad: “la ley revelada conlleva la idea de castigo para todo aquel que la viole, o la elevación para aquél que la comprende; por lo tanto le corresponden los conceptos de castigo, de muerte violenta, voluntaria o no” (156).
            A la par con lo anterior, al Colgado le corresponde el número doce dentro de los Arcanos
Mayores. Según la versión del Tarot de Marsella de White, “el doce ha sido siempre el número de las divisiones espacio-temporales […] El hecho de que el doce esté formado por dos veces seis nos indica que en el camino de la evolución hacia niveles superiores las pruebas no pueden ser evitadas. Sólo quien ha pasado por el sacrificio y el sufrimiento podrá llegar a la sabiduría, a la paz, la serenidad, la sencillez y la humildad” (White 70). Por esto también la postura del Colgado es de importancia, no sólo por encontrarse de cabeza pendiendo de un solo pie, sino porque se le suele representar con las manos atadas a la espalda, lo cual implica también una renuncia a actuar y una entrega a contemplar el mundo desde una perspectiva completamente distinta. Su cuerpo se encuentra vulnerable, pero de esa vulnerabilidad es de donde toma la fuerza para superar su prueba (Waite 92). A pesar de la incomodidad o el dolor, el semblante del Colgado suele estar sereno, aun a veces sonriente; en algunas barajas incluso se le traza un halo de luz en torno a la cabeza, para recordar esa imagen del dios que se sacrifica a sí mismo a fin de resurgir renovado, con un conocimiento más profundo de las cosas. “El sacrificio que hizo fue su libertad y su poder en el mundo físico; a cambio se le otorgó libertad y poder reales en el plano espiritual. Abandonó sus antiguas formas de búsqueda y ahora es el afortunado poseedor de nuevos ojos” (Waite 92).
            Siguiendo esta línea del plano de lo espiritual, el autor anónimo de Los Arcanos Mayores del Tarot destaca varias facetas que identifican el arcano del Colgado con su idea de hombre espiritual. Para este autor, la postura invertida también se encuentra cargada de significados que tienen que ver con el mundo de lo divino y el de lo terrenal, esto es que “su voluntad está ligada al cielo y se halla en contacto inmediato con el mundo espiritual, sin mediación del pensamiento y sentimiento”, mientras que su “querer sabe cosas que la cabeza, su pensamiento, todavía no sabe, de suerte que el futuro –los designios celestiales para el futuro- obra en su voluntad y por medio de la misma más que la experiencia y memoria del pasado” (351). De acuerdo con este estudio el hombre espiritual es considerado como el hombre del futuro, en la medida en que su voluntad está regida por una causa final, superior. Se trata de un individuo que aspira a lo elevado, aunque no sepa a ciencia cierta cómo llegar a ello, es aquel “cuya voluntad está en lo alto, por encima de las potencias de su cabeza: pensamiento, imaginación y memoria. […] En él, la voluntad asume el papel de estimulante y educador respecto al sentimiento y el pensamiento. Empieza por actuar, luego desea, a continuación siente el valor de su acto y por último, lo comprende” (351). Esta comprensión final es la que hace del Colgado, una vez superada la prueba, un ser también espiritual que ha alcanzado un conocimiento ulterior sobre sí mismo y lo demás.
            Otra asociación derivada del número doce tiene que ver con el zodiaco. En el Tarot de Marsella, El Colgado se encuentra en medio de dos troncos de los cuales surgen seis ramas cortadas de cada lado. Las doce ramas sintetizan el poder de acción e influencia de los signos del zodiaco, y se encuentran cortadas porque, al igual que el Colgado, están en un momento de suspensión de la acción, aunque su esencia y poder siguen ahí latentes (361).
          
  En una versión más contemporánea del Tarot (El Tarot mítico), el Colgado está representado ni más ni menos que por Prometeo, quien al igual que Odín guardaba gran simpatía por el género humano, al grado que osó robar el fuego a los dioses para entregarlo a los hombres. Como sabemos, Prometeo recibió el castigo de ser atado en lo alto de una montaña del Cáucaso, a la cual todos los días descendía un águila para devorarle el hígado, el cual volvía a regenerarse al anochecer. Después de treinta años así, Zeus permite que Hércules libere a Prometeo; éste queda en libertad, se le concede la inmortalidad y goza de los honores y la gratitud de los hombres (Sharman-Burke 75). Al igual que el de Odín, el de Prometeo es un sacrificio voluntario que aspira a obtener y otorgar un bien mayor, por lo cual su aceptación del sufrimiento es también plena.
            Más que destino funesto o presagio de terribles acontecimientos y padeceres, el Colgado sintetiza la conexión inherente del género humano con lo divino, con esas esferas superiores que no siempre comprendemos, pero a las cuales siempre hemos tenido la necesidad de acceder. Desde que el hombre es hombre, el sacrificio ha sido requisito indispensable para llegar al conocimiento, para no quedarnos con la inmediatez que nos ofrece el mundo, para ir más profundo al interior de nosotros mismos.

Bibliografía
Balthasar, Hans Urs von. (Introd.). Los Arcanos Mayores del Tarot. Barcelona: Herder, 2003.
Hamilton, Edith. Mitología. Todos los relatos griegos, latinos y nórdicos. Madrid: Turner Publicaciones, 2008.
Papus. Tarot de Marsella. (Tarot de los Bohemios). México: Berbera, 2008.
Sharman-Burke, Juliet y Liz Greene. El Tarot Mítico. Una nueva vía a las cartas del Tarot. Madrid: EDAF, 2005.
Waite, Edith. El Tarot universal de Waite. Málaga: Sirio, 2006.
White, Julian M. El Tarot de Marsella. Málaga: Sirio, 2007.
The Poetic Edda. Traducción del islandés antiguo de Benjamin Thorpe. Michigan: The Northvegr Foundation Press, 2004. Consultar en línea en:
http://www.heathengods.com/library/poetic_edda/ThorpeEdda.pdf

lunes, 3 de marzo de 2014

ese curioso objeto llamado carta o de hasta dónde nos puede llevar una ausencia (no. 75)


La carta cuenta ya con una larguísima historia de siglos y, aunque para algunos se trate actualmente de un “objeto” anacrónico debido a las nuevas tecnologías y formas de comunicación[1], siempre será un discurso complejo que llena de posibilidades el decir (sea ficticio o real); y siempre habremos devotos fascinados por el arte de leer y escribir cartas. Dejo aquí algunos apuntes para justificar lo anterior:

1.
Desde siempre, el principio más elemental de una carta es la ausencia. Trátese de una misiva formal, meramente informativa o de corte personal (amistad, amor, familia), su redacción parte de la imposibilidad de decirle algo a alguien de manera directa y de viva voz. Esa ausencia es la que nos ha llevado a idear un sinfín de estrategias para decir por escrito lo que es menester decir.

2.
En la Antigüedad, según apunta Claudio Guillén en “La escritura feliz: literatura y epistolaridad”, la escritura de cartas no sólo implicaba el saber leer y escribir, sino que era “un logro, una adquisición, un paso decisivo […] un gozne esencial, que significaba un añadido, el del acto escrito tras el acto hablado” (181), es decir, constituía una escritura que incorporaba estilizándolos los matices de la oralidad, lo que uno diría si estuviera presente el destinatario.

3.
Como muchas formas discursivas, la carta se fue enriqueciendo con una preceptiva bastante meticulosa y que exigía un grado superior de aprendizaje. Escribir cartas llegó a tener el prestigio de aquello que requería estudio, conocimiento, habilidad y talento. Hasta donde se tiene conocimiento los tratados más antiguos son el Túpoi Epistolikoí (Tipos epistolares), atribuido a Demetrio, y el Perí epistolimaíon kharaktêros (Sobre los estilos epistolares) atribuido a Libanio o a Proclo, datan respectivamente del siglo III d. C. y de los siglos IV al VI d. C., respectivamente. En el primero, se describen y ejemplifican veintiún tipos de cartas según su objetivo, intención, destinatario, etc. En el segundo, ya se incluyen 41 variantes de carta (Guillén 181-182).

4.
Tanto en la Antigüedad como en el Renacimiento, el intercambio de cartas tuvo un gran auge, pues dedicarle palabras escritas a alguien llegó a considerarse uno de los obsequios más caros, en tanto que representaba un ejercicio libre, pleno, afectuoso de la amistad.

5.
Sir, more than kisses, letters mingle souls,
For thus friends absent speak […][2]

6.
En la Epístola escrita en verso dirigida a Boscán[3], Garcilaso de la Vega expone también algunos principios teóricos sobre la escritura de las cartas, como son la elección de un tema y un estilo idóneos según la naturaleza de la carta, además del ya mencionado ejercicio de la amistad inherente a la elección libre de las palabras escritas dirigidas al amigo.

7.
Pero la carta también ha incursionado en el ámbito de la creación literaria como juego entre ficción y realidad. Escribir algo pensando en alguien implica hablar desde un yo que se va construyendo a sí mismo en cada palabra, en el qué dice y cómo, en la introducción a su carta y en su despedida, en las informaciones que omite y en las que disimula. Y no sólo eso, sino que en ese ejercicio de dirigirnos a otro por escrito, igualmente lo configuramos a él o a ella, a ese destinatario de la carta. Entre el yo que escribe para el que leerá caben todas las argucias para forjar amores, crear intrigas, estrechar o disolver amistades, tensar los lazos familiares, anunciar la peor de las desventuras o poner en entredicho la veracidad de todo lo anterior.

8.
Las Cartas de las heroínas de Publio Ovidio Nasón (43 a. C. – 17 d. C.) resultan reveladoras a propósito de lo anterior, puesto que recrean la voz de diosas y personajes históricos del horizonte griego en la intimidad de la carta del amor ausente, el desamor, el abandono o la fatalidad.

9.
Alrededor del siglo II d. C., Alcifronte escribe un conjunto de 72 cartas ficticias en que da voz a personajes marginales (prostitutas, parásitos, pescadores y marineros) con el fin de exhibir los vicios y fracturas de la sociedad desde el humor, el escarnio y la mezquindad de dichos personajes.

10.
Famosas desde su edición en 1669 las Lettres d’amour d’une religieuse portugaise (traducida como Cartas de la monja portuguesa), llevó al límite el juego entre realidad y ficción desde el discurso epistolar. Aunque hubo quien dudó de la autenticidad de las cartas (como Rousseau), la ilusión de que habían sido redactadas por Marianna Alcoforado (la monja portuguesa) prevaleció entre un sinfín de lectores hasta 1926 en que Frederick C. Green comprobó que en realidad habían sido escritas por un hombre, el conde de Guilleragues, y que su manufactura muy probablemente surgió de un simple juego en el que los participantes se retaban a fingir cartas de amor (Guillén 228).

11.
En la actualidad, la estrategia epistolar en la literatura sigue siendo reveladora, vigente, fascinante, divertida, entrañable; y, en algunos casos, continúa desvaneciendo los límites entre realidad y ficción.

12.
Más allá de la incursión de las peculiaridades del discurso epistolar en obras de creación literaria, quisiera cerrar con el por qué Claudio Guillén considera las cartas como una escritura feliz. Primero, porque “las cartas suprimen las distancias entre la literatura y la vida”, pues la llevan a lo escrito para ser compartido en confidencia con ese que habrá de leernos. Segundo, porque uno de los secretos de la redacción de epístolas era y sigue siendo la posibilidad de escribirlas en libertad, “felizmente” dice él. Tercero, en muchas ocasiones las cartas no han sido más que la expresión de un deseo genuino, el más simple y puro deseo de escribirle a alguien, de experimentar la escritura como un inicio de contacto con el otro. Para esto cita a Cicerón cuando le comunica a Ático: “no tengo nada que decirte […]; y acto seguido, sin embargo, le escribe y se lo dice” (232). Cuarto, en casos como el anterior, tiene más importancia el deseo de decir que el decir en sí y es este, muchas veces, un decir que “pudo significar la entrega más verdadera a la expresión y por consiguiente al cultivo del afecto, de la amistad, del amor. Y, con éstos, al halago de una escritura feliz” (233).

13.
Y tal vez por todo lo anterior, como lectores, resulta irresistible husmear en la correspondencia de tantos y tantas: Arendt, Lorca, Neruda, Kafka, Woolf, Fitzgerald, Reyes, Owen, Beauvoir, Yourcenar, Wilde…

14.
Carta de Federico García Lorca a Salvador Dalí (fragmento)
Barcelona, 1927
Mi querido Salvador: cuando arrancó el automóvil, la oca empezó a graznar y decirme cosas del Duomo de Milán. Yo estuve a punto de tirarme del coche para quedar contigo (contiguito) en Cadaqués […]
Ahora sé lo que pierdo separándome de ti. La impresión que me da Barcelona es la impresión de que todo el mundo juega y suda con una preocupación de olvido. Todo es confuso y embistiente como la estética de la llama, todo indeciso y despistado. […]
Quisiera llorar pero con el llanto sin conciencia de Lluís Salleras o con el canto estupendo de cuando tu padre tararea la sardana “Una llàgrima”.
Me he portado como un burro indecente contigo que eres lo mejor que hay para mí. A medida que pasan los minutos lo veo claro y tengo verdadero sentimiento. Pero esto sólo aumenta mi cariño por ti y mi adhesión por tu pensamiento y tu calidad humana.
Esta noche como con todos los amigos de Barcelona y brindaré por ti y por mi estancia en Cadaqués […].
Acuérdate de mí cuando estés en la playa y sobre todo cuando pintes los crepitantes y mis cenicitas, ¡ay, mis cenicitas! Pon mi nombre en el cuadro para que mi nombre sirva para algo en el mundo y dame un abrazo que bien lo necesita tu
Federico

Bibliografía
Donne, John. “To Sir Henry Wotton”. www.luminarium.org.
García Lorca, Federico. Epistolario completo. Andrew A. Anderson y Christopher Maurer (eds.). Madrid: Cátedra, 1997.
Guillén, Claudio. “La escritura feliz: literatura y epistolaridad” en Múltiples moradas. Barcelona: Tusquets, 1998. P. 177-233.
Vega, Garcilaso de la. “Epístola” en www.biblioteca-antologica.org.
Villoro, Juan. “Escribir cartas: pedir que el tiempo exista”. Revista Crítica. http://revistacritica.com/ensayo-literario/escribir-cartas-pedir-que-el-tiempo-exista



[1] En este link se puede consultar “Escribir cartas: pedir que el tiempo exista” de Juan Villoro: http://revistacritica.com/ensayo-literario/escribir-cartas-pedir-que-el-tiempo-exista
[2] “To Sir Henry Wotton”, carta en verso de John Donne (1598). Consulta aquí la carta-poema completo: http://www.luminarium.org/sevenlit/donne/wotton.htm
[3] En el siguiente enlace puedes consultar el poema completo, así como una breve introducción al autor y su obra: http://www.biblioteca-antologica.org/wp-content/uploads/2010/04/VEGA-G-Ep%C3%ADstola-a-Bosc%C3%A1n1.pdf