domingo, 27 de septiembre de 2009

una historia de seda-deseada (no. 39)


de vez en cuando, en los días de viento, bajaba hasta el lago, y pasaba horas, mirándolo, puesto que, dibujado en el agua, le parecía ver el inexplicable espectáculo, leve, que había sido su vida.

la vida leve de Hervé Joncour también es una historia, mezcla de amor y música blanca

cuando no se tiene un nombre para decir las cosas,
entonces se utilizan historias. así funciona. desde hace siglos

desde hace siglos que no sabemos decir las cosas o es que hay cosas indecibles imponiéndonos la obligación de hacer historias

el nombre sencillo de esta historia, mezcla de amor y música blanca, es
Seda
de Alessandro Baricco
y lo indecible en ella se bosqueja siguiendo los recorridos de Hervé Joncour, quien compraba y vendía gusanos de seda
tenía treinta y dos años.
compraba y vendía.
gusanos de seda.

***
la historia de Hervé Joncour se entrelaza sutilmente, en cuadros breves que se deslizan en cada uno de nuestros sentidos, como seda entre los dedos, como esa seda que es

como tener la nada entre los dedos

decía que era una historia mezcla de amor y música blanca. quizás fui imprecisa.
más bien, podría ser una historia de seda-deseada.
de viajes al japón y regresos a un pueblecillo francés productor de seda.
de lo difícil que es resistir la tentación de volver. siempre volver.
del silencio que nos impone la vida con sus vueltas cuando nos deja sin absolutamente nada más que decir.
del fin del mundo que creemos invisible hasta que lo miramos de frente y en silencio
y, quizás también, del amor que a veces es como una especie de triste danza, secreta e impotente

***
Seda, también es una historia de los sutiles estragos que deja la movilidad.
las idas y venidas a un mundo otro que nos regresa al nuestro, pero siempre distintos,
irreversiblemente.
así, Hervé Joncour o Hara Kei -su "socio" en el Japón- transitaban de un cambio a otro, como si fuesen
un hilo de oro que corría recto en la trama de una alfombra tejida por un loco

asistían en cada una de sus entrevistas anuales a la proximidad del fin del mundo,
invisible,
donde no queda ya nada hermoso en el mundo
donde Hervé Joncour miró también hombres armados y niños que no lloraban.
vio los rostros mudos que tiene la gente cuando es gente que huye.
quizás porque él también era gente que huía,
que huía al encuentro de algo que no habría de vivir nunca
y que habría de morir en la nostalgia de ese dolor extraño
***

Seda también es una historia de pájaros:
dicen que los hombres orientales, en vez de honrar la fidelidad de sus amantes con joyas, les obsequian aves, pájaros de todo tipo, de todos colores y los colocan en una pajarera.
una vez, en uno de sus regresos al Japón, Hervé Joncour, miró

el cielo sobre el palacio tiznarse por el vuelo de cientos de pájaros,
como si fuera un estallido de la tierra, pájaros de todo tipo,
desorientados, huyendo hacia cualquier parte, enloquecidos,
cantando y gritando, pirotécnica explosión de alas
y nube de colores disparada en la luz y de sonidos asustados,
música en fuga, volando en el cielo.
Hervé sonrió.
Sin embargo, ellos, los pájaros, tampoco pudieron resistir la tentación de volver,
de habitar la pajarera, resguardados del cielo, otra vez.

***
Seda también cuenta la historia de las huellas que han dejado esos pájaros sobre el papel
como huellas de una voz quemada
como palabras indescifrables
como las cosas indecibles que nos obligan a hacer historias de voz desenfocada.
las historias nos sirven para decir lo que no sabemos nombrar, pero también para matizar con lo entrañable todo aquello que, aunque sabemos cómo, no queremos pronunciar:

lo que era para nosotros, lo hemos hecho, y vos lo sabéis.
creedme: lo hemos hecho para siempre.
preservad vuestra vida resguardada de mí.
y no dudéis un instante, si fuese útil para vuestra felicidad,
en olvidar a esta mujer que ahora os dice, sin añoranza, adiós


Fragmentos tomados de: Baricco, Alessandro. Seda. Barcelona: Anagrama, 2005.
Imagen: Ángel Jové

domingo, 20 de septiembre de 2009

jugando el juego del revés (no. 38)


para C.L. y M

por aquello de los neologismos

por aquello de los axolotes

por aquello de la saudade


me obligo a jugar el juego del revés, a recordar ese "pueril reverso de las cosas",

a volver sobre los pasos de mi memoria sin tacones:

ya había pensado en esto y me dije que empezaría parafraseando aquella idea de la saudade, eso que decía Tabucchi en el primer cuento que da título al libro, eso de que la saudade es un estado del espíritu al que sólo pueden acceder los portugueses (yo pensé "y qué hay de los brasileños", pero no supe darme una respuesta).

es por excelencia la palabra intraducible: la saudade: ¿cómo traducir esta soledad, esta nostalgia, esta vuelta constante a las cosas tan definitivamente extraviadas?

hay que inventar un neologismo que entienda de nuestro estado del espíritu cuando todo se nos vuelve un caracol y, por accidente, alguien lo pisa.

hay que inventar una palabra que entienda nuestra peculiar nostalgia y todos sus posibles abismos.

hay que saber llamar a las calles con todos los nombres de Pessoa, con todos sus fantasmas...

ya había pensado en esto, en el "juego del revés" de Tabucchi, y me había dicho que diría estas cosas:

que es un libro de historias lleno

no, que es un libro de historias sencillas

tampoco, que es un libro de crónicas-parábolas-ejemplos-fábulas para explicarnos (a todos nosotros los desventurados que no nos fue dado el nacer portugueses), vagamente, a grandes rasgos y con garabatos desdibujándose, una remota noción de la saudade y también algunos de sus posibles abismos

había pensado en esto y prometí que diría que jugar el juego del revés es también volver a la infancia una vez que la vida nos ha obligado a aprender a vivir en un desierto (¿lo ves?, en un desierto, nos ha obligado)

había pensado en el niño-anciano-axolote que somos y que habita en el desierto

me dije que diría algo nuestra mirada ingenua con la que contemplamos el espejismo y le creemos

también algo sobre las manos pequeñas y las cosas pequeñas que en ellas guardamos: la sonrisa del gato, el crujido del juguete que se rompe, el llanto de algunos árboles, el suspiro de las banderitas en el mes patrio, el regaño del mar... en fin, pues, esas cosas que se llevan al desierto...

porque en lisboa, en casablanca, en un bar, en las callesconnombredepessoa, en una ciudad blanca de tan negra, en el rincón más fantasmable de lo que una ha llegado a ser, hay un desierto

pero también hay espejismos muy dispuestos a jugar:

jugar a la síntesis de la vida en un ikebana

jugar a ser palmera, a ser mujer, a ser Josephine

jugar a ser niño aprendiz de latín mientras mamá se reviste de nuevas felicidades que nos ponen celosos

jugar a ser Fernando sin volvernos gerundio

jugar a ser Conrado sin convertirnos en un participio

jugar sin dejarse perder

sin nunca llegar a matarnos, porque después de todo hay mucho calor ahí afuera y todavía podría soplar algo de encanto, porque siempre habrá una ficción y un espejismo, una imaginería, una coincidencia que nos diga muy despacio al oído que al llegar a la casa vacía que tanto habitamos, una saudade neologizable, renovada, traducida, habrá de invitarnos otra vez, cada vez, al juego


Tabucchi, Antonio. El juego del revés. Anagrama, 2001.
Imagen: "El paseo", M. Chagall