"el arte de olvidar comienza recordando"
los fantasmas, j. f. g.
Recordar
siempre ha sido un arte y, como tal, siempre ha implicado el dominio de una
técnica, un ingenio y un talento particulares. Aunque la idea de un arte
memorístico nos lleve a desdeñar a quienes pecamos de olvidadizos, es necesario
tener presente que una “buena memoria” es impensable sin el olvido. Véase tan
sólo el caso de Funes, el memorioso y
su incapacidad para organizar, sintetizar y abstraer información, y aun para
distinguir entre un perro y ese mismo perro, de perfil, unos segundos después.
Si nos remitimos a las fuentes
clásicas, hallaremos tratados dedicados a marcar pautas, crear métodos y
establecer reglas para ejercitar y perfeccionar la memoria, así como anécdotas
de personajes prodigiosos que sentaron las bases de un arte memorístico[1].
La propia mitología coloca como centro y fuente de sus discursos a Mnemósine,
madre de las Musas, deidad que dota a poetas y reyes de la inspiración y las
justas palabras para cantar la gloria de los dioses. En Mnemósine y las Musas
se encuentra también la explicación de la naturaleza misma de la memoria, es
decir, de sus cualidades caprichosas y no del todo confiables. Es
representativo de lo anterior uno de los pasajes iniciales de la Teogonía en el que, antes de dar inicio
al canto de la obra divina, las Musas afirman: “sabemos decir muchas mentiras
semejantes a verdades, pero sabemos, cuando lo deseamos, cantar verdades” (30).
Recordar, entonces, no consiste únicamente en traducir en palabras (o imágenes)
un suceso pasado, sino en poner a funcionar efectivamente todo un proceso que
va de los hechos a las dudas, del recuerdo vago a la mera invención, lo cual no
puede ser menos que un arte.
Quizá una de las formas más
sugerentes de revivir, no sólo esa presencia imperiosa de Mnemósine en la vida
de los hombres, sino también esa peculiar relación entre humanos y dioses, es
acudiendo a las actualizaciones, relecturas, reelaboraciones y parodias de los
mitos clásicos, puesto que tienen la virtud, especialmente la tragedia clásica,
de “ser algo así como el eje cristalino, en torno al cual, los occidentales
seguimos haciendo girar nuestros últimos conflictos. Su íntima unidad se refleja
en cada época de modo adecuado a la contextura de ese espejo cambiante que es la
conciencia humana. Y es de notar que en los días que atravesamos, más que
ningunos otros, se recurre a la tragedia griega como a un asidero último para
expresar lo que parece ser más contrario a ella: los conflictos de la
conciencia moderna” (Zambrano 101).
Entre las representaciones literarias
más significativas de estas pugnas entre memoria y olvido, pasado clásico y
conciencia moderna, vínculo con los dioses y vida secular, se encuentran los Diálogos con Leucó de Cesare Pavese. A
lo largo de los veintiséis textos que lo conforman asistimos a esos momentos
clave en que dioses y mortales se confrontan a través de sus más acuciosas
interrogantes, ofreciendo la mirada subjetiva de quien cuestiona y responde en
un diálogo. “No se trata de resumir los relatos míticos, sino de aludir a ellos
y rastrear en ellos rasgos inquietantes o notas enigmáticas […] Al sesgo de su
evocación de los textos clásicos, los encuentros y diálogos abren una
perspectiva propia, insinuando aspectos y cuestiones que nos hacen reflexionar
sobre la condición infeliz de hombre y dioses, con un toque existencialista y
subversivo, de acentos ácidos e irónicos, ecos de su propia inquietud” (García
Gual 80).
Retomo aquí el diálogo entre
Mnemósine y Hesíodo, titulado “Las Musas”, que ofrece, no sólo una peculiar
caracterización de la diosa, sino sobre todo un recordatorio del deber que como
seres humanos ella nos ha conferido. En este pasaje, Hesíodo representa al hombre
perpetuamente insatisfecho, sumido en el hastío de la vida cotidiana y sus
simplicidades, cuyo único interés es acudir a la cima de la montaña para evocar
aquellos momentos en que fue feliz y exaltar a la diosa de la memoria, su
omnipresencia; dialogar con ella e intentar desentrañar cómo es la vida de los
inmortales. Mnemósine, aunque implacable en su poderío, se muestra más bien
condescendiente con el pastor, ya que sabe de antemano que hay un destino preparado
para este hombre:
Mnemósine:
Pastor, eres soberbio. Tienes la soberbia del mortal. Más será tu destino saber
otras cosas. Dime, ¿por qué cuando me hablas te crees contento?
Hesíodo:
A eso puedo responderte. Las cosas que tú dices no tiene en sí ese hastío de lo
que ocurre todos los días. Das a las cosas nombres que las vuelven distintas,
inauditas, y sin embargo caras y familiares como una voz que hacía tiempo
callaba […]
Mnemósine:
Amigo, ¿nunca te ha ocurrido, al ver un árbol, una piedra, un gesto,
experimentar la misma pasión? […] ¿No te has preguntado por qué un instante,
similar a tantos del pasado, deba de golpe hacerte feliz, feliz como un dios?
[…] Por un instante el tiempo se para, y esa cosa trivial la sientes en el
corazón cual si el antes y el después ya no existieran. ¿No te has preguntado
su porqué?
Hesíodo:
Tú misma lo dices. Ese instante ha hecho de la cosa un recuerdo, un modelo.
[…]
Mnemósine:
Y sin embargo has dicho que aquel instante es un recuerdo. ¿Y qué es el
recuerdo sino pasión repetida? (Pavese 185-186).
Según
la diosa de la memoria, los recuerdos a los que es aficionado Hesíodo se van
perfilando como instantes en los que los hombres acceden a la inmortalidad, no
se trata ya de simples reelaboraciones de sucesos del pasado (un decir mentiras semejantes a verdades), sino de
un tipo de recuerdo mucho más profundo y caro a la condición humana (una suerte
de verdad que para muchos es más semejante a una mentira). Para explicarlo,
Mnemósine describe su lugar de origen y cierra el diálogo con una misión para
el pastor:
Mnemósine:
Un páramo brumoso de barro y de cañas, como era el principio de los tiempos, en
un silencio gorgoteante. Engendró monstruos y dioses de excremento y sangre.
Aún hoy los tesalios apenas hablan de él. No lo mudan el tiempo ni las
estaciones. Ninguna voz lo alcanza […] ¿No comprendes que el hombre, todo
hombre, nace en ese pantano de sangre? ¿Y que lo sacro y lo divino os acompañan
también, dentro de la cama, en el campo, ante las llamas? Cada gesto que hacéis
repite un modelo divino. Día y noche, no tenéis un instante, ni siquiera el más
fútil, que no brote del silencio de los orígenes.
Hesíodo:
Tú hablas, Mélete, y no puedo resistirte. ¡Si al menos bastase venerarte!
Mnemósine:
Hay otro modo, amigo mío.
Hesíodo:
¿Y cuál es?
Mnemósine:
Intenta decir a los mortales estas cosas que sabes (Pavese 187).
***
El
epígrafe a este texto está tomado del poema “Los fantasmas” de Jorge Fernández
Granados y continúa así: “el arte de olvidar comienza recordando/ alúmbralos escúchalos una vez más/ devuélveles un cuerpo/a tus
fantasmas”; y concluye “el arte de aprender también comienza
recordando”. Para el poeta mexicano también es indispensable dialogar con
aquello que estruja, duele y habita en el pasado, pues sólo así llega el olvido
necesario y se perfecciona el arte del aprendizaje.
Hoy se cumplen 105 años exactos del
nacimiento de Pavese (9 de septiembre, 1908- 1950), y qué mejor modo de
celebrar que recordando uno de los libros que más le significaron (Diálogos con Leucó), así como la
consigna que nos ha legado la memoria y en especial esa misión de recordar nuestro
origen común en vínculo con los otros, los hombres, y desde luego con lo
divino; además de la tarea de olvidar para aprender.
Bibliografía
Fernández Granados, Jorge. Principio de incertidumbre. México: Era, 2007.
García Gual, Carlos. Cesare Pavese. ‘Diálogos con Leucó’. En Claves de razón práctica. No. 192. [Resumen de la
intervención en el “Congreso Internacional Cesare Pavese”, celebrado en la
Universidad Complutense].
Hesíodo. Teogonía. Trabajos y días. Escudo. Certamen. Introd., trad. y
notas de Adelaida Martín Sánchez y María Ángeles Martín Sánchez. Madrid:
Alianza. 2007
Pavese, Cesare. Diálogos con Leucó. Trad. Esther
Benítez. Barcelona: Tusquets, 2001.
Weinrich, Harald. Leteo. Arte y crítica del olvido. Madrid: Siruela, 1999.
Yates, Frances A. The Art of Memory. USA; Canadá: Routledge, 1999.
Zambrano, María.
“Electra Garrigó” en Islas. Madrid:
Verbum, 2007.
[1] Una de las historias más referidas para
hablar del origen de la memoria como un arte es la del poeta Simónides de Ceos.
Luego de leer un poema en honor al gladiador Skopas (anfitrión del banquete
donde tiene lugar la lectura) y en el que también incluye pasajes de exaltación
a los dioses Cástor y Pólux, Simónides es recriminado por Skopas debido a la
inclusión de estos pasajes. Puesto que el poema se divide en alabanzas entre
los dioses y el anfitrión, el respectivo pago se dividirá también en tres, así
que Simónides puede esperar las dos terceras partes de la retribución por parte
de los dioses. El poeta es llamado afuera del recinto donde se lleva a cabo el
banquete, pues dos jóvenes le buscan. Al salir, Simónides advierte que nadie le
espera; entonces el techo de la sala se viene abajo sepultando a todos los
asistentes. El único sobreviviente es el poeta y, dado que los cuerpos han
quedado irreconocibles, él es también el único capaz de identificarlos ya que
recuerda la disposición exacta del sitio que cada invitado ocupaba en el
banquete. (Yates 1-2; Weinrich 29-32).
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