Porque un secreto de verdad es un secreto para todo el
mundo,
y más todavía para aquellos a quienes liga.
La tumba de Antígona, María Zambrano
Hay
algo en el mito clásico que seduce y desconcierta. En él suele representarse al
individuo en la encrucijada donde razón y pasión se enfrentan, donde debe
decidir si seguir o contener sus impulsos de venganza, si atenerse a las leyes
del estado o al sentido de fraternidad que le une a sus semejantes. Hay algo en
las líneas de ese destino trazado por los dioses y en el devenir de los
acontecimientos que van cercando a los personajes hasta el punto más crítico
del cual no hay camino de regreso, que tiene mucho de fascinante y perverso. Y
hay, desde luego, un gran potencial simbólico en el mito que sigue hablándonos
de frente y confrontándonos con nuestros propios conflictos.
En mi colaboración previa titulada
“El arte de olvidar”, recuperaba las palabras de María Zambrano al hablar de la
tragedia clásica y de sus cualidades como vehículo a través del cual es posible
expresar los asuntos más conflictivos de la conciencia humana, en especial
aquellas encrucijadas que caracterizan nuestras sociedades modernas (Islas 101). El siglo XX dio buena cuenta
de esto retomando en su producción literaria a los personajes más contundentes
para ofrecer una versión de ellos bastante acorde con las crisis (bélicas,
económicas, sociales, artísticas) que fueron transformando nuestras sociedades
occidentales en lo que son ahora. El punto paradigmático lo encuentran muchos
en el Ulises de Joyce, aunque la
nómina de obras en las que abiertamente se manipula, tergiversa o adecua el
mito con esos momentos críticos abarca desde finales del XIX hasta los años que
ya corren del XXI, con textos como Prometeo
mal encadenado (1899) de André Gide, Antígona
(1942) de Anouilh, Las moscas
(1947) de Sartre, entre los más recordados.
Entre las formas más llamativas de
traer de vuelta el mito clásico se encuentran la configuración del protagonista
como un antihéroe, reflejo a la inversa de todos los valores, cualidades y
talentos que en el mito “original” poseía, así como la modificación abierta de
la historia misma; las estrategias de la parodia y la ironía son las que, las
más de las veces, se emplean para revertir el mito. A decir de Carlos García
Gual, el mito ironizado
indica cómo la modernidad puede
recontar el viejo relato con sorna y escepticismo extremados, no sólo con el
fin de expresar la enorme distancia en que el escritor se sitúa ante el relato
heroico, sino también para contrastar el viejo texto mítico y sus sombras en un
mundo próximo […] La ironía se combina aquí muchas veces con la parodia, es
decir, hay un juego con el mito originario al trasponerlo a una nueva clave de
humor y estilo […] la ironía comporta un distanciamiento unido a una
apreciación humorística y sentimental del tema. La ironía es, por otro lado, un
talante ubicuo y agudo de la modernidad frente a un pasado respecto al cual, el
escritor moderno o posmoderno siente simpatía y recelo a la vez, un pasado que
sólo puede ser recuperado en clave irónica (25-26).
A
pesar de que la mayoría de las recuperaciones hechas del mito clásico en la
literatura del siglo pasado se corresponde muy bien con estas apreciaciones,
también es cierto que existe otra veta que replantea los mitos desde el tono
del conflicto trágico, evidenciando los momentos críticos del protagonista y
reviviendo la disyuntiva por la que mejor se le recuerda. La tumba de Antígona de María Zambrano consiste en un buen ejemplo
de lo anterior.
En
esta obra Zambrano ofrece una versión teatral de la Antígona de Sofócles, en la
que logra un pleno equilibrio entre la caracterización de la protagonista y los
personajes que con ella dialogan y su pensamiento filosófico. Precedida por un
amplio texto introductorio, La tumba de
Antígona lleva al conflicto trágico algunas de las principales nociones de
la filosofía de la autora, como sus concepciones sobre la conciencia, el
despertar, la Luz y la fraternidad, así como por toda una carga simbólica y
metafórica.
De
principio, la voz de esta Antígona se articula como un delirio, no en su
acepción de disparate o despropósito, sino “como un modo de decir aquella
experiencia –histórica o metafísica– de los límites, [de] dar forma a aquello
que ha permanecido oculto o ignorado, a los restos que han quedado después de
la `esperanza fallida´” (Trueba Mira 38). Desde su emblemática tumba, la
Antígona de Zambrano empieza su delirio reconociéndose a sí misma en una
especie de estadio intermedio: el espacio sepulcral le implica estar entre la
luz y las tinieblas, entre la vida y la muerte, entre esperar el cumplimiento
de la condena o apresurar su muerte a través del suicidio. Este discurso
introductorio se prolonga en los siguientes dos cuadros titulados “La noche” y
“Sueño de la hermana”, para después dar lugar a una serie de diálogos de la
protagonista con una diversidad de personajes, figuras que se escabullen al
interior de la tumba en una suerte de procesión fantasmal previo su muerte.
Personajes ambiguos unos (la sombra de la Madre, la Harpía, los desconocidos),
contundentes y reconocibles otros (Edipo, Creón, Hemón, Eteocles, Polínices),
llegan ante Antígona para declararse a sí mismos, para dar cuenta el papel que
juegan, las pasiones o razones que los mueven y articular un entramado de
preguntas y respuestas que van abriendo desde lo más íntimo a cada personaje.
A
lo largo de los doce cuadros que conforman La
tumba de Antígona, asistimos a una recreación de los conflictos del
personaje de cara al entorno familiar y las consecuencias directas que sus
actos han tenido. Hasta aquí, pensaríamos que el texto de Zambrano no pasa de
ser eso y, sin embargo, las palabras de Antígona van perfilando una resolución
que poco a poco se va distanciando del destino que sabemos le depara. La misma
autora, afirma en su prólogo a la obra:
Ninguna víctima de sacrificio pues, y
más aún si está movida por el amor, puede dejar de pasar por los infiernos.
Ello sucede así, diríamos, ya en esta tierra, donde sin abandonarla, el dado al
amor ha de pasar por todo: por los infiernos de la soledad, del delirio, por el
fuego, para acabar dando esa luz que sólo en el corazón se enciende, que sólo
por el corazón se enciende. Parece que la condición sea ésta de haber de
descender a los abismos para ascender, atravesando por todas las regiones donde
el amor es el elemento, por así decir de la trascendencia humana; primeramente
fecundo, seguidamente, si persiste, creador. Creador de vida, de luz, de
conciencia (Tumba 149-150).
Así,
la Antígona que, primero resignada por su situación y luego cada vez más con
conciencia de sí misma, será la que al final, siguiendo el llamado de los
“desconocidos” negará el destino ya forjado de la protagonista para acceder a
esa revelación descrita por la autora.
El
delirio inicia una vez que Antígona ha descendido a los infiernos, se encuentra
ya en el estadio previo a lo que parece ser una muerte inevitable y, sin
embargo, esta versión de Zambrano nos ofrece un destino diferente para
Antígona. Ese descenso entraña un sentido mucho más complejo de lo que puedo
esbozar en esta nota, pero que queda muy bien sintetizado en la cita anterior y
que tiene que ver con el aprendizaje, con la toma de conciencia de la
protagonista, con un conocimiento universal de la acepción más genuina de
fraternidad y que tiene que ver con una noción de amor inherente a lo que como
humanos nos hace trascendentes. Por eso, las últimas palabras de Antígona
apelan a esta especie de renacimiento producto de su pasión: “La luz está viva
dentro de mí y no me quema. El germen de la luz” (Tumba 236).
Bibliografía
García,
Gual. Carlos. “Los mitos griegos en la literatura de nuestro tiempo”. En Miguel
Gabriel Santos Ochoa (coord.). Mito,
filosofía y literatura en la Modernidad. México: Universidad Autónoma de
Zacatecas; Plaza y Valdés; LVII Legislatura del Estado de Zacatecas, 2003.
Trueba
Mira, Virginia. “Introducción” a La tumba
de Antígona y otros textos sobre el personaje trágico de María Zambrano.
Madrid: Catedra, 2012. Pp. 9 -137.
Zambrano, María. La tumba de Antígona y otros textos sobre el personaje trágico.
Madrid: Catedra, 2012.
_____________. “Electra Garrigó” en Islas. Madrid: Verbum, 2007.Imagen. "Antígona". Marie Spartali Stillman (1844-1927)
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