“No cesaba de preguntarme a mí
mismo por el origen de la maldad humana. ¿Por qué la barbarie adopta siempre un
rostro humano, que la hace tan inhumana?” ¿De dónde nos viene esa capacidad
para destruir (física y emocionalmente) al otro, la voluntad para hacerlo?,
¿del mismo recóndito y misterioso sitio de donde emana nuestra también ingente
capacidad de amar y sentir compasión?
Una de las más poderosas
cualidades de la narrativa de Henning Mankell es la de dejar palpitando, al
final de cada lectura, una serie de interrogantes que no apuntan a otra
respuesta que no sea la de subyugarnos en medio de la incertidumbre. Sus frecuentes
exploraciones por las vetas más truculentas de la naturaleza humana tienen el
poder de hundirnos en la duda, pero también el de corroborar que “inútil es el
libro cuando la palabra carece de esperanza” y que sus historias nada tienen de
inútiles.
En Comedia infantil, la voz del “Cronista de los vientos”, José
Antonio Maria Vaz, es la que nos introduce a los estratos marginales de alguna
ciudad portuaria africana, con un pasado oscuro de regímenes dictatoriales,
luchas civiles y miseria. Sin embargo, en medio de esa desolación, encontramos resquicios
donde todos los días sobreviven la empatía, la solidaridad, el sentido del
humor.
A lo largo de nueve noches, la
vida de José Antonio Maria Vaz se ve transformada por la aparición de Nelio, un
niño de diez años, líder de una banda de chicos de la calle y al que se le
atribuyen poderes sobrenaturales. El chico se encuentra gravemente herido y
José Antonio, pese a las grandes desventajas y conflictos que la situación podría
acarrearle, decide cuidar de él. La historia de Nelio, empieza así, con el
inicio de su muerte, y será esa la misma historia del pueblo africano, la de
los seres humanos y las sociedades; una historia llena de violencia, muerte,
incomprensión, guerras, exilio, discriminación, desigualdad, errancias; una
historia llena de coincidencias afortunadas, amor, compasión, de el esfuerzo
diario por sobrevivir, por realizar los sueños propios y ajenos, por hacerse de
un nombre y una patria.
La vida de José Antonio, panadero
de oficio, así como la de los chicos de la calle y la mayoría de los personajes
que pueblan la Comedia infantil, es
una constante lucha por seguir en pie y un eterno cuestionamiento acerca del
sentido de empeñarse en seguir vivos ante un panorama tan desolador. “El hombre
–dice el cronista de los vientos– ha de vivir para crear y compartir sus buenos
recuerdos pero, si somos honestos con nosotros mismos, sabremos tomar
conciencia de que el tiempo en que vivimos es tan oscuro como la ciudad que se
extiende a mis pies. Las estrellas arrojan su luz indiferente sobre esta tierra
nuestra tan olvidada y los recuerdos de vivencias positivas son tan escasos que
las grandes cavidades de nuestros cerebros donde se han de almacenar esos
recuerdos están vacías, obstruidas”.
A pesar de esta oscuridad, la
vida de Nelio se erige como un buen recuerdo que es menester compartir con
todos los que quieran y puedan escucharla hasta el final. Y contar esa historia
es la misión del cronista de los vientos, porque al final de ella descubre
parte del sentido de seguir aquí: “Ahora sé que Nelio tenía razón, que nuestra
última esperanza está en no olvidar quiénes somos, que somos seres humanos, que
nunca lograremos gobernar los cálidos vientos que soplan desde el océano aunque
es posible que lleguemos a comprender por qué han de soplar eternamente”.
Mankell, Henning. Comedia infantil. México: Tusquets, 2012.
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