las catilinarias
amélie nothomb
amélie nothomb
émile y juliette hazel llegan a habitar, finalmente, la casa de sus sueños.
como dos viejos amantes de la soledad han adquirido una hermosa propiedad en el campo, cercada por un riachuelo, a algunos minutos de un pueblo y con una sola casa vecina.
el efecto paisajista desaparece pronto ante la presencia de palamède bernardin:
el obeso vecino cuya puntual y diaria visita a la casa de los hazel viene a remover las sensaciones más profundas de émile y sobre todo, las preguntasinrespuesta en las que uno nunca quiere pensar
en cada página de las catilinarias me vuelvo a confrontar con las inquietudes tan brillantemente plasmadas en higiene del asesino:
-la extraña fascinación por una perturbadora infancia (física) perpetua
-los nombres extraños de personajes extraños
-la obesidad, en este caso como un gran espacio donde contener un gran vacío
-el silencio aniquilador de los seres existencialmente superiores
-la buena y la mala fe
-el asesinato como expresión máxima de bondad, una bondad que desde luego ni tiene explicación ni busca busca ser admirada
-la misoginia
-la imposición voraz con que nos ubicamos sobre el otro al pretender comprenderlo en su totalidad
-y sobre todo, una violencia brutal en cada diálogo, en cada palabra lanzada porque sí pero con la intencionalidad del desprecio más profundo
hay cosas que se van entrelazando con la cautela de una glicinia profundamente triste. cuando nos damos cuenta, ya estamos envueltos de forma irreversible en sus redes y en su tristeza, sin otra opción que la de lidiar con todo lo que queda dentro, bajo la custodia hermosa y violenta la flor azul.
eso le sucede a émile y a juliette ante la figura imponente del doctor bernardine y de su corpulenta esposa, sus asuntos se van trastocando hasta alcanzar límites de los que nunca se creyeron capaces.
desde luego, el título me rebota en la cabeza con la incomodidad que siempre provoca lo que parece perfecto, pertinente, exacto.
después, llegan las conversaciones entre émile y palamède, surgiendo vehementemente contra mí, reprochándome no saber nada de nada.
las preguntas ahí siguen:
no sabemos nada de nosotros mismos. creemo que nos habituamos a ser nosostros mismos, pero ocurre lo contrario. cuantos más años transcurren, menos sabemos quién es esa persona en cuyo nombre hablamos y actuamos.
pero eso no constituye ningún problema. ¿qué inconveniente hay en el hecho de vivir la existencia de un desconocido? quizá sea mejor así.
nada más qué decir.
las catilinarias. amélie nothomb. circe ediciones. españa. 1995.
imagen: adán y eva. fernando botero
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