sábado, 24 de mayo de 2008

de vuelta al idilio (no. 15)


recuerdo que hace muchos años -casi quince- el "idilio salvaje" era el poema que siempre me saltaba de una antología que no sé quién había llevado a casa
en la portada habían hojas secas
pero no con con la nostalgia que se le ha atribuido tan torpemente al otoño
era más bien una hojarasca pequeñamente alegre
como para no pisarla
pensaba que el "idilio salvaje" era demasiado largo/demasiado complejo/no entiendo nada
además, el nombre de othón me parecía lejano
como que no era un nombre de hombre
sino de una cosa
de una cosa lejan(a)jena


ahora
mi reencuentro con ellos (con othón y con el idilio) resulta avasallador
indescriptible como el desierto en que se ahogan ese "yo" y sus palabras:
I
¿Por qué a mi helada soledad viniste
cubierta con el último celaje
de un crepúsculo gris?... Mira el paisaje,
árido y triste, inmensamente triste.

Si vienes del dolor y en él nutriste
tu corazón, bien vengas al salvaje
desierto, donde apenas un miraje
de lo que fue mi juventud existe.

Mas si acaso no vienes de tan lejos
y en tu alma del placer aún quedan los dejos,
puedes tornar a tu revuelto mundo.

Si no, ven a lavar tu ciprio manto
en el mar amarguísimo y profundo
de un triste amor o de un inmenso llanto.

V
¡Qué enferma y dolorida lontananza!
¡Qué inexorable y hosca la llanura!
Flota en todo el paisaje tal pavura
como si fuera un campo de matanza.
Y la sombra que avanza, avanza, avanza,
parece, con su trágica envoltura,
el alma ingente, plena de amargura,
de los que han de morir sin esperanza.

Y allí estamos nosotros, oprimidos
por la angustia de todas las pasiones,
bajo el peso de todos los olvidos.
En un cielo de plomo el sol ya muerto,
y en nuestros desgarrados corazones
¡el desierto, el desierto... y el desierto!

VI
¡Es mi adiós!... Allá vas, bruna y austera,
por las planicies que el bochorno escalda,
al verberar tu ardiente cabellera,
como una maldición, sobre tu espalda.

En mis desolaciones ¿qué me espera?...
-ya apenas veo tu arrastrante falda-
una deshojazón de primavera
y una eterna nostalgia de esmeralda.

El terremoto humano ha destruido
mi corazón, y todo en él expira.
¡Mal hayan el recuerdo y el olvido!

Aún te columbro y ya olvidé tu frente:
Sólo, ¡ay!, tu espalda miro, cual se mira
lo que huye y se aleja eternamente.

manuel josé othón (1858-1906)
imagen: "la mano del desierto" de mario irrázabal, ubicada al sur de antofagasta

2 comentarios:

Agustín Abreu Cornelio dijo...

Quise entrar en tu ¿pecho? y qué descenso / qué andar por entre simas y entre fosas / a fuerza de pensar en tales cosas / me duele el pensamiento cuando pienso

Saludos, Karlangas!

Karla Marrufo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.