Antes
de continuar con las otras varias facetas de la ciudad, deberé detenerme en un
espectáculo al que fui ayer por la noche. Como sabrás, por esta zona (en
realidad quiero referirme a Veracruz y hacia el norte, la huasteca Potosina y
sus alrededores) son muy apreciados y aún populares los sones. Aunque existe
una disputa un tanto absurda y radical acerca de la superioridad del son
huasteco sobre el son jarocho y viceversa, yo apenas noto la diferencia y
disfruto de ambos por igual. Ayer fui a un concierto del grupo Mono Blanco,
fundado hace ya 35 años y uno de los mejores soneros jarochos en la actualidad.
Tal vez de ellos ubiques esa canción muy bonita que dice: “El mundo se va a
acabar, el mundo se va a acabar, si un día me has de querer, te debes
apresurar” o aquella otra que dice: “Mal haya quien me dio a mí tanto amor para
quererte”. El espectáculo en general es muy estimulante, pues el líder del
grupo y vocalista es también un simpático animador que entre son y son, cuenta
anécdotas, explica algunos de los principios básicos de las coplas, del tipo de
instrumentos empleados[1],
acerca de política y cultura general.
Las
coplas de los sones son una fuente inagotable de conocimiento, candor,
coquetería, nostalgia y sabiduría, y las versiones de los Mono Blanco han
intentado conservar lo más original de las letras sin desvirtuar el sentido y la
rima por favorecer tonos un poco más comerciales. Así, canciones tan conocidas
como “La llorona”, “La bruja” o el “El Colás” (Colás, colás, colás y Nicolás…),
en las versiones de los Mono Blanco quedan, por ejemplo, como estas coplas de
“La lloroncita”:
Que
ayer maravilla fui
y
hoy sombra de mí no soy.
Mi
madre me lo decía
que
había de tener cuidado,
yo
nunca se lo creía
y
si la hubiera escuchado
en
tus brazos estaría
y
no casi fusilado.
Ay
llorar, Llorona,
pero
deja de llorar,
la
causa de su llanto
es
que nunca supo amar.
Y así
“El Colás”:
Colás,
colás, colás y Nicolás,
lo
mucho que te quiero
y
el mal pago que me das,
si
quieres, si puedes
y si
no, ya lo verás
con
esos ojos negros
me
miras y te vas.
Más
allá de que las versiones sean más originales o no, al escucharlos uno no puede
dejar de derretirse frente a coplas como éstas: “Se oye tocar agonía/ por mí no
te pongas triste/ que al cabo no me quisiste/ como yo a ti te quería” o “de tu
amor tengo esta llama/ fuego de color a donde/ abrió la luz de esta flama/ que
la oscuridad esconde” o las de “El butaquito[2]”
(variación del “Cielito lindo”): “Dicen que no se siente la despedida/ dile al
que te lo cuente que se despida/ del bien que adora/ verá que no se siente/
hasta se llora”, y sigue: “Si alguna duda tienes de mi pasión/ toma un cuchillo
y abre mi corazón/ pero con tiento/ no te lastimes/ que estás tú dentro”, luego
“dicen viejos cantares que el que ha matado/ en los ojos del muerto queda
grabado/ y yo convengo/ porque en los ojos siempre te tengo”. Y el coro va algo
así: “saca tu butaquito/ cielito lindo/ velo sacando/ que si tú tienes miedo/
yo voy temblando”. Lo más coqueto es que suelen ir mezclando coplas de canción
en canción, entonces te puedes encontrar con versiones de “El butaquito” con
coplas de “El amuleto”, he aquí, por ejemplo, mis favoritas: “Si zapateas
bonito/ yo te prometo/ hacer con el polvito de tus zapatos un amuleto/ ay, ay,
ay, ay, que me dé suerte/ para que tú me quieras y me acompañes hasta la
muerte”. Me encantaría poder describir la música, pero no hay modo. Sólo diré
que es todo un acontecimiento cuando entran las bailadoras a zapatear y el
taconeo de sus zapatos sobre la tarima se incorpora como un instrumento más y
las faldas con sus franjas de colores giran y giran entre las guitarras.
Hasta aquí mi pobre intento de
describirte un concierto de Mono Blanco.
31 de marzo 2012
[1] Es interesante esto de los instrumentos
porque son diversos y varían de grupo a grupo. La mayoría son instrumentos de
cuerda (guitarras de varios tamaños que emiten sonidos muy distintos, entre los
que destacan la jarana, el mosquito, la leona y el león), incluyendo, en la
versión más comercial del son, el arpa. También emplean otros como la
pandereta, la vaina de cacao que raspan con una especie de cepillito y, mi
siempre favorito, la quijada de burro: literalmente es una quijada de burro
(haz caso omiso de cualquier reminiscencia caínica) cuyos dientecitos frotan
con otra pieza ósea y emite un sonido vibrante que retumba en tu corazón.
[2] El butaquito es una especie de banco o
silla hecha de cuero y madera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario