domingo, 19 de mayo de 2013

la felicidad existe (no. 62)


“la felicidad existe, dijo la voz desconocida, y puede que no sea más que esto, mar, luz y vértigo”. ahí estaban los cinco viajeros, joaquim, josé, joana, maría y pedro, aferrados al borde del abismo, contemplando en medio del asombro cómo la tierra, en efecto, se había partido de tajo, desprendiendo la península ibérica del resto de europa.
de un día para otro, españa y portugal se encuentran irremediablemente separados del resto del continente y empiezan a alejarse mar adentro como si de una gigantesca embarcación se tratara. si bien el inexplicable fenómeno colapsa la vida de los habitantes en ambos países, también es cierto que la curiosidad, el instinto, la belleza, la intuición, la espontaneidad, la capacidad de hermanarse en los infortunios y todas aquellas cualidades que hacen de los seres humanos personajes fascinantes, transforman la tragedia en un viaje entrañable.
a lo largo del recorrido de la balsa de piedra en la que se ha convertido la península ibérica, primero hacia las azores y luego hacia el norte de américa, josé saramago nos interna en las reconditeces de la geografía española y portuguesa, pero sobre todo en las reconditeces de nuestra condición humana, a veces tan errática como contradictoria, impredecible y con una capacidad ingente para seguir asombrándonos aún cuando creemos que lo hemos experimentado todo.
después de tanto tiempo de habitar este planeta, pareciera que la humanidad sigue como al principio, y su terrible tendencia a la autodestrucción, lo mismo que a la soberbia, en fin, a no querer reconocerse en los otros, no es más que ese terror primero de hallarse solo en un mundo inexplicable de tan maravilloso. “sería todo más fácil de entender si confesáramos, simplemente, nuestro infinito miedo, el que nos lleva a probar el mundo de imágenes a la semejanza de lo que somos o creemos ser, salvo si tan obsesivo esfuerzo es, al contrario, una invención del coraje, o la simple obstinación de quien se niega a no estar donde el vacío esté, a no dar sentido a lo que sentido no tiene. probablemente, el vacío no puede ser llenado por nosotros, y eso a lo que llamamos sentido no pasará de ser un conjunto fugaz de imágenes que en cierto momento parecen armoniosas, o en las que la inteligencia, presa del pánico, intentó poner razón, orden, coherencia”.
los protagonistas de este viaje fantástico, joaquim, josé, joana, maría y pedro, deambulan entre estas imágenes fugaces, en las que, desde luego, resplandece el amor, pero también un cierto sentido de compasión capaz de anular fronteras e idiomas, de hermanar historias y conciliarnos mediante lo que sí tenemos en común.
al final del viaje, el destino es incierto –cuándo no lo es–, pero prevalece, con un lejano olor a certeza el hecho de que “tal vez el hombre sea ese animal que no puede, o no sabe, o no quiere ser consolado, pero ciertos actos suyos, sin más sentido que parecer que no lo tienen, sustentan la esperanza de que el hombre vendrá un día a llorar en el hombro del hombre, probablemente cuando sea demasiado tarde, cuando ya no haya tiempo para otra cosa”. tal vez esa esperanza sea la prueba irrefutable de que la felicidad existe. mientras podamos enfrentarnos al mar, a la luz, al vértigo, al abismo, de la mano del otro, no llegará a ser demasiado tarde.

Saramago, José. La balsa de piedra. Trad. Basilio Losada. España: Suma de Letras, 2001.
Imagen: Jacek Yerka

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