viernes, 24 de mayo de 2013

mediana crónica. parte II. (no. 63)


Antes de continuar con las otras varias facetas de la ciudad, deberé detenerme en un espectáculo al que fui ayer por la noche. Como sabrás, por esta zona (en realidad quiero referirme a Veracruz y hacia el norte, la huasteca Potosina y sus alrededores) son muy apreciados y aún populares los sones. Aunque existe una disputa un tanto absurda y radical acerca de la superioridad del son huasteco sobre el son jarocho y viceversa, yo apenas noto la diferencia y disfruto de ambos por igual. Ayer fui a un concierto del grupo Mono Blanco, fundado hace ya 35 años y uno de los mejores soneros jarochos en la actualidad. Tal vez de ellos ubiques esa canción muy bonita que dice: “El mundo se va a acabar, el mundo se va a acabar, si un día me has de querer, te debes apresurar” o aquella otra que dice: “Mal haya quien me dio a mí tanto amor para quererte”. El espectáculo en general es muy estimulante, pues el líder del grupo y vocalista es también un simpático animador que entre son y son, cuenta anécdotas, explica algunos de los principios básicos de las coplas, del tipo de instrumentos empleados[1], acerca de política y cultura general.
Las coplas de los sones son una fuente inagotable de conocimiento, candor, coquetería, nostalgia y sabiduría, y las versiones de los Mono Blanco han intentado conservar lo más original de las letras sin desvirtuar el sentido y la rima por favorecer tonos un poco más comerciales. Así, canciones tan conocidas como “La llorona”, “La bruja” o el “El Colás” (Colás, colás, colás y Nicolás…), en las versiones de los Mono Blanco quedan, por ejemplo, como estas coplas de “La lloroncita”:

Que ayer maravilla fui
y hoy sombra de mí no soy.
Mi madre me lo decía
que había de tener cuidado,
yo nunca se lo creía
y si la hubiera escuchado
en tus brazos estaría
y no casi fusilado.
Ay llorar, Llorona,
pero deja de llorar,
la causa de su llanto
es que nunca supo amar.

Y así “El Colás”:

Colás, colás, colás y Nicolás,
lo mucho que te quiero
y el mal pago que me das,
si quieres, si puedes
            y si no, ya lo verás
            con esos ojos negros
            me miras y te vas.

Más allá de que las versiones sean más originales o no, al escucharlos uno no puede dejar de derretirse frente a coplas como éstas: “Se oye tocar agonía/ por mí no te pongas triste/ que al cabo no me quisiste/ como yo a ti te quería” o “de tu amor tengo esta llama/ fuego de color a donde/ abrió la luz de esta flama/ que la oscuridad esconde” o las de “El butaquito[2]” (variación del “Cielito lindo”): “Dicen que no se siente la despedida/ dile al que te lo cuente que se despida/ del bien que adora/ verá que no se siente/ hasta se llora”, y sigue: “Si alguna duda tienes de mi pasión/ toma un cuchillo y abre mi corazón/ pero con tiento/ no te lastimes/ que estás tú dentro”, luego “dicen viejos cantares que el que ha matado/ en los ojos del muerto queda grabado/ y yo convengo/ porque en los ojos siempre te tengo”. Y el coro va algo así: “saca tu butaquito/ cielito lindo/ velo sacando/ que si tú tienes miedo/ yo voy temblando”. Lo más coqueto es que suelen ir mezclando coplas de canción en canción, entonces te puedes encontrar con versiones de “El butaquito” con coplas de “El amuleto”, he aquí, por ejemplo, mis favoritas: “Si zapateas bonito/ yo te prometo/ hacer con el polvito de tus zapatos un amuleto/ ay, ay, ay, ay, que me dé suerte/ para que tú me quieras y me acompañes hasta la muerte”. Me encantaría poder describir la música, pero no hay modo. Sólo diré que es todo un acontecimiento cuando entran las bailadoras a zapatear y el taconeo de sus zapatos sobre la tarima se incorpora como un instrumento más y las faldas con sus franjas de colores giran y giran entre las guitarras.
            Hasta aquí mi pobre intento de describirte un concierto de Mono Blanco.
            31 de marzo 2012


[1] Es interesante esto de los instrumentos porque son diversos y varían de grupo a grupo. La mayoría son instrumentos de cuerda (guitarras de varios tamaños que emiten sonidos muy distintos, entre los que destacan la jarana, el mosquito, la leona y el león), incluyendo, en la versión más comercial del son, el arpa. También emplean otros como la pandereta, la vaina de cacao que raspan con una especie de cepillito y, mi siempre favorito, la quijada de burro: literalmente es una quijada de burro (haz caso omiso de cualquier reminiscencia caínica) cuyos dientecitos frotan con otra pieza ósea y emite un sonido vibrante que retumba en tu corazón.
[2] El butaquito es una especie de banco o silla hecha de cuero y madera.

domingo, 19 de mayo de 2013

la felicidad existe (no. 62)


“la felicidad existe, dijo la voz desconocida, y puede que no sea más que esto, mar, luz y vértigo”. ahí estaban los cinco viajeros, joaquim, josé, joana, maría y pedro, aferrados al borde del abismo, contemplando en medio del asombro cómo la tierra, en efecto, se había partido de tajo, desprendiendo la península ibérica del resto de europa.
de un día para otro, españa y portugal se encuentran irremediablemente separados del resto del continente y empiezan a alejarse mar adentro como si de una gigantesca embarcación se tratara. si bien el inexplicable fenómeno colapsa la vida de los habitantes en ambos países, también es cierto que la curiosidad, el instinto, la belleza, la intuición, la espontaneidad, la capacidad de hermanarse en los infortunios y todas aquellas cualidades que hacen de los seres humanos personajes fascinantes, transforman la tragedia en un viaje entrañable.
a lo largo del recorrido de la balsa de piedra en la que se ha convertido la península ibérica, primero hacia las azores y luego hacia el norte de américa, josé saramago nos interna en las reconditeces de la geografía española y portuguesa, pero sobre todo en las reconditeces de nuestra condición humana, a veces tan errática como contradictoria, impredecible y con una capacidad ingente para seguir asombrándonos aún cuando creemos que lo hemos experimentado todo.
después de tanto tiempo de habitar este planeta, pareciera que la humanidad sigue como al principio, y su terrible tendencia a la autodestrucción, lo mismo que a la soberbia, en fin, a no querer reconocerse en los otros, no es más que ese terror primero de hallarse solo en un mundo inexplicable de tan maravilloso. “sería todo más fácil de entender si confesáramos, simplemente, nuestro infinito miedo, el que nos lleva a probar el mundo de imágenes a la semejanza de lo que somos o creemos ser, salvo si tan obsesivo esfuerzo es, al contrario, una invención del coraje, o la simple obstinación de quien se niega a no estar donde el vacío esté, a no dar sentido a lo que sentido no tiene. probablemente, el vacío no puede ser llenado por nosotros, y eso a lo que llamamos sentido no pasará de ser un conjunto fugaz de imágenes que en cierto momento parecen armoniosas, o en las que la inteligencia, presa del pánico, intentó poner razón, orden, coherencia”.
los protagonistas de este viaje fantástico, joaquim, josé, joana, maría y pedro, deambulan entre estas imágenes fugaces, en las que, desde luego, resplandece el amor, pero también un cierto sentido de compasión capaz de anular fronteras e idiomas, de hermanar historias y conciliarnos mediante lo que sí tenemos en común.
al final del viaje, el destino es incierto –cuándo no lo es–, pero prevalece, con un lejano olor a certeza el hecho de que “tal vez el hombre sea ese animal que no puede, o no sabe, o no quiere ser consolado, pero ciertos actos suyos, sin más sentido que parecer que no lo tienen, sustentan la esperanza de que el hombre vendrá un día a llorar en el hombro del hombre, probablemente cuando sea demasiado tarde, cuando ya no haya tiempo para otra cosa”. tal vez esa esperanza sea la prueba irrefutable de que la felicidad existe. mientras podamos enfrentarnos al mar, a la luz, al vértigo, al abismo, de la mano del otro, no llegará a ser demasiado tarde.

Saramago, José. La balsa de piedra. Trad. Basilio Losada. España: Suma de Letras, 2001.
Imagen: Jacek Yerka