a veces pienso que este afán de numerar los años y los días y de hacer en torno a ellos celebraciones de todo tipo, no es más que un intento desesperado e ingenuo por controlar la voracidad del tiempo y la brutalidad con que nos consume, una brutalidad irremediable y a veces un poco tierna
de cualquier forma, me uno a la celebración del "año nuevo" recordando un sitio peculiar
una ciudad de la que tuve noticia hace algunos meses
un sitio al que no quisiera llegar nunca
pero al que aparentemente todos nos dirigimos también, sin remedio
se llama el país de las últimas cosas
y es descrito por un tal paul auster
o más bien por una tal anna blume
aunque antes había sido intuido por un tal nathaniel hawthorne:
no hace mucho tiempo, penetrando a través del
portal de los sueños, visité aquella región de la
tierra donde se encuentra la famosa Ciudad de
la Destrucción.
quién lo haya dicho es quizá lo de menos
porque en esta ciudad todo es lo último que habrá
y no hay nada que pueda darse por sentado
éstas son las últimas cosas [...]
desaparecen una a una y no vuelven nunca más [...]
cierras los ojos un momento, o te das la vuelta para
mirar otra cosa y aquella que tenías delante
desaparece de repente. nada perdura, ya ves,
ni siquiera los pensamientos en tu interior.
en este sitio uno debe estar alerta
no acostumbrarse a nada
no confiar en nadie
olvidar cada prejuicio y cada principio a cambio de la supervivencia
para quienes la lucha se vuelve imposible
pueden optar por el suicidio
para quienes no son capaces de atentar contra su propia vida
pueden recurrir a las "clínicas de eutanasia" y contratar a un agente que los mate el día menos esperado
o también entrenarse como corredores para la "carrera de la muerte": correr y correr hasta caer muertos
tal vez el mayor problema sea que la vida, tal como la conocíamos,
ha dejado de existir pero, aun así, nadie es capaz de asimilar
lo que ha sobrevenido en su lugar [...] ya no sabemos cómo reaccionar
ante los hechos más habituales y, como no sabemos cómo actuar,
tampoco nos sentimos capaces de pensar.
por eso, en este lugar han proliferado diversidad de sectas
que apuestan por la mejor actitud ante la vida que queda
están "los risueños", "los rastreros", "los asociacionistas libres", "los tamborileros", "los apocalípticos"
hay hambre y miseria
hay rumores que hablan de carnicerías humanas
del despojo de cadáveres
pero uno nunca sabe hasta a ciencia cierta qué es lo que sucede en estas calles
por un lado queremos sobrevivir, adaptarnos,
aceptar las cosas tal cual están; pero, por otro lado,
llegar a esto implica destruir todas aquellas cosas
que alguna vez nos hicieron sentir humanos.
y ese sentir sólo es posible ya ante la muerte
asumiéndola y apurando su llegada
o posponiéndola hasta donde sea posible
las cosas se van terminando una a una
van cambiando en una metamorfosis ajena a nosotros
en una transformación incomprensible
donde cada cosa perdida se vuelve un olvido más
y una "necesidad" menos
donde el estado de cosas nos invita/obliga a la traición, al asesinato, al olvido
a veces me parece que cada vez estamos más cerca de ese país de las últimas cosas
y
tal vez ésta sea la cuestión más interesante de todas:
saber qué ocurriría si no quedara nada y si, aun así, sobreviviéramos.
la pregunta queda
feliz año nuevo 2009
citas tomadas de "el país de las últimas cosas" de paul auster, anagrama, barcelona: 2005.
1 comentario:
En una forma más simple. Mucho más cotidiana. Yo me habito habitualmente en el país de las últimas cosas. El tiempo, Karla, el tiempo y el olvido me van aplastando mientras yo pataleo, grito y abrazo fuerte a la bola de pelos que desde hace dos años duerme conmigo. Como si su mirada vacía, hueca de todo tiempo fuese mi único asidero. ¿Qué demonios sé yo de un dos sano? No sé nada. Pero encuentro en lo que hago estos días la mejor manera de reconciliarme conmigo, con lo que no ha vuelto y con todo lo otro. Paso rápido por aquí. Un beso.
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