jueves, 4 de febrero de 2010

con "estupor y temblores" no. 43

unos días más tarde, regresé a europa.
el 14 de enero de 1991, empecé a escribir un manuscrito
titulado higiene del asesino.
el 15 de enero expiró el ultimátum americano contra irak.
el 17 de enero estalló la guerra.
el 18 de enero, al otro lado del planeta,
Fubuki Mori cumplió treinta años.
el tiempo, conforme su vieja costumbre, pasó.
en 1992 se publicó mi primera novela.
en 1993, recibí una carta procedente de tokio.
el texto decía lo siguiente:
amélie-san,
felicidades.
Mori Fubuki.
aquella nota contenía elementos suficientes para hacerme feliz.
pero incluía un detalle que me encantó en grado máximo:
estaba escrita en japonés.
Estupor y temblores
Amélie Nothomb
hay algo en el lenguaje que no puede ser menos que fascinante.
hay algo en las relaciones de poder que ejercen una zozobra encantadora de la que no se puede escapar: es el vicio no tan secreto al que uno sabe no habrá de renunciar nunca.
finalmente, todos jugamos los mismos juegos toda la vida.
quizás por eso me resulta tan poderoso el discurso de Amélie Nothomb, ahora en


Estupor y temblores


parte de ese poder y esa fascinación residen en una identificación insana con el personaje [autobiográfico] de la misma amélie que obedece y juzga, que cumple y observa, que asiente y calla con un silencio filosísimo que nadie habrá de advertir en ese momento.


la otra culpa del encantamiento la tiene esa violencia discursiva que resulta por momentos hipnótica, pero también brutal y siempre con ánimos de confrontación, esa misma que encontramos en su primera novela Higiene del asesino, lo mismo que en Las catilinarias... [as far as I can tell]


pues nada: en esta novela es ella la "sometida", la "subordinada", la que entra en la dinámica del juego del poder en una gran empresa japonesa para observar, para sobrevivir, para exponer los sinsentidos de un sistema apabullante, absorbente e inhumando, donde sólo la risa/ironía/burla genuina permitirían en todo caso la supervivencia y la posibilidad de decir y hacer, de imaginar y desfenestrarse cuantas veces sea necesario para volver a mirar, después del espasmo, el rostro de la "vida" que se configura en esos círculos inaccesibles y estériles.


si bien, al principio, la fascinación por la belleza nipona de su superiora Fubuki Mori representa un estadio de contemplación donde reposar la mirada y regocijar los sentidos, pronto esa Fubuki [que significa, tan acertadamente, "tormenta de nive"] se convertirá en la mirada vigilante al acecho de cada acción, error o despiste, imponiendo el equilibrio perfecto entre la belleza y el desastre.


para amélie, como para todos, se trata de sobrevivir, sin importar las humillaciones, los sinsentidos, la discriminación, los discursos vacíos, las tareas, los empeños, las injusticias... quién habla de esas cosas cuando se ocupa un puesto privilegiado, quién se ocupa de esos detalles cuando la piel no da prestigio ni la lengua es fiel amiga para decir posibles verdades.


la opción inmediata es pues, el silencio, la vista gorda, la paciencia que se ensancha hacia todos los límites imaginables; es la sonrisa cómplice con una misma y el consuelo de poder arrojarse por cualquier ventana cuando todo se ha vuelto insostenible.


por todo eso, una resuelve presentarse ante "el superior" fingiendo la ignoracia y la estupideaz más atroces, así como pretender olvidar la lengua que desde la infancia se ha llevado en todo momento, e interpretar genuinamente el estupor y los temblores que deben manifestarse ante los señores/dioses del sol... aunque después, una vez que se ha salido de aquel laberinto, también se puede escribir cualquier cosa, escribir y reír, devorar y brindar por ese pequeño placer brindado a los patéticos representantes de la condición humana que con tanta devoción insisten en someternos a sus horarios de oficina.




epígrafe: Nothomb, Amélie. Estupor y temblores. España: Anagrama, 2000.
imagen: "tormenta de nieve", william turner

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