de vez en cuando, en los días de viento, bajaba hasta el lago, y pasaba horas, mirándolo, puesto que, dibujado en el agua, le parecía ver el inexplicable espectáculo, leve, que había sido su vida.
la vida leve de Hervé Joncour también es una historia, mezcla de amor y música blanca
cuando no se tiene un nombre para decir las cosas,
entonces se utilizan historias. así funciona. desde hace siglos
desde hace siglos que no sabemos decir las cosas o es que hay cosas indecibles imponiéndonos la obligación de hacer historias
el nombre sencillo de esta historia, mezcla de amor y música blanca, es
Seda
de Alessandro Baricco
y lo indecible en ella se bosqueja siguiendo los recorridos de Hervé Joncour, quien compraba y vendía gusanos de seda
tenía treinta y dos años.
compraba y vendía.
gusanos de seda.
***
la historia de Hervé Joncour se entrelaza sutilmente, en cuadros breves que se deslizan en cada uno de nuestros sentidos, como seda entre los dedos, como esa seda que es
como tener la nada entre los dedos
decía que era una historia mezcla de amor y música blanca. quizás fui imprecisa.
más bien, podría ser una historia de seda-deseada.
de viajes al japón y regresos a un pueblecillo francés productor de seda.
de lo difícil que es resistir la tentación de volver. siempre volver.
del silencio que nos impone la vida con sus vueltas cuando nos deja sin absolutamente nada más que decir.
del fin del mundo que creemos invisible hasta que lo miramos de frente y en silencio
y, quizás también, del amor que a veces es como una especie de triste danza, secreta e impotente
***
Seda, también es una historia de los sutiles estragos que deja la movilidad.
las idas y venidas a un mundo otro que nos regresa al nuestro, pero siempre distintos,
irreversiblemente.
así, Hervé Joncour o Hara Kei -su "socio" en el Japón- transitaban de un cambio a otro, como si fuesen
un hilo de oro que corría recto en la trama de una alfombra tejida por un loco
asistían en cada una de sus entrevistas anuales a la proximidad del fin del mundo,
invisible,
donde no queda ya nada hermoso en el mundo
donde Hervé Joncour miró también hombres armados y niños que no lloraban.
vio los rostros mudos que tiene la gente cuando es gente que huye.
quizás porque él también era gente que huía,
que huía al encuentro de algo que no habría de vivir nunca
y que habría de morir en la nostalgia de ese dolor extraño
***
Seda también es una historia de pájaros:
dicen que los hombres orientales, en vez de honrar la fidelidad de sus amantes con joyas, les obsequian aves, pájaros de todo tipo, de todos colores y los colocan en una pajarera.
una vez, en uno de sus regresos al Japón, Hervé Joncour, miró
el cielo sobre el palacio tiznarse por el vuelo de cientos de pájaros,
como si fuera un estallido de la tierra, pájaros de todo tipo,
desorientados, huyendo hacia cualquier parte, enloquecidos,
cantando y gritando, pirotécnica explosión de alas
y nube de colores disparada en la luz y de sonidos asustados,
música en fuga, volando en el cielo.
Hervé sonrió.
Sin embargo, ellos, los pájaros, tampoco pudieron resistir la tentación de volver,
de habitar la pajarera, resguardados del cielo, otra vez.
***
Seda también cuenta la historia de las huellas que han dejado esos pájaros sobre el papel
como huellas de una voz quemada
como palabras indescifrables
como las cosas indecibles que nos obligan a hacer historias de voz desenfocada.
las historias nos sirven para decir lo que no sabemos nombrar, pero también para matizar con lo entrañable todo aquello que, aunque sabemos cómo, no queremos pronunciar:
lo que era para nosotros, lo hemos hecho, y vos lo sabéis.
creedme: lo hemos hecho para siempre.
preservad vuestra vida resguardada de mí.
y no dudéis un instante, si fuese útil para vuestra felicidad,
en olvidar a esta mujer que ahora os dice, sin añoranza, adiós
Fragmentos tomados de: Baricco, Alessandro. Seda. Barcelona: Anagrama, 2005.
Imagen: Ángel Jové