Para
algunos es la maestría en el lenguaje, para otros el suspenso del principio
hasta el final, para muchos la resolución contundente, la vuelta de tuerca, tal
vez, en las últimas páginas de una historia; para otros la metáfora explosiva.
Para mí, lo más poderoso, lo más sugerente, lo profundamente genuino en un
texto reside en que quien escriba tenga algo para decir. Tal vez por eso
transito por las páginas de ciertas historias con una fascinación casi
perturbadora, porque advierto en ellas el pulso de algo muy vivo que alguien
puso ahí para que los lectores nos estremeciéramos al saber que eso existe y
tiene un sentido.
He llegado a pensar que la raíz de
los cuestionamientos más comunes sobre la escritura nace de todo aquello que
uno, como lector, encuentra en el texto de fascinante. Y de ahí las preguntas:
¿cómo iniciarse en el ejercicio escritural?, ¿qué se aconseja al novel
escritor?, ¿cómo organizar una historia?, ¿qué imágenes y estrategias utilizar
para impactar al lector o, por lo menos, llegar a él?, ¿qué se necesita, en
síntesis, para escribir? Como hay escritores habrá respuestas, y aún muchas
más. Por hoy, convengo plenamente con las de Leila Guerriero (Argentina, 1967)
en Zona de obras (Anagrama, 2015).
Aunque los textos que conforman este
libro hayan sido leídos y publicados en diversos foros y medios a lo largo de
los últimos años, es posible advertir en ellos la constancia y la congruencia
de quien sabe por qué escribe y reconoce que no hay un único modo de hacerlo.
Su mejor respuesta es que no hay una definitiva, sino un largo y sinuoso camino
por recorrer a solas para ir descubriendo eso que es necesario para escribir.
Así, lo que Guerriero hace en estos textos es compartir tanto sus hallazgos
personales como las implicaciones de vida inherentes al oficio.
Muchas
veces el detonante de la reflexión es una pregunta o consigna: hablar sobre el
periodismo cultural, sobre el trabajo del escritor, sobre el modo de articular
un escrito; otras, es el recuerdo de infancia, los libros propios y ajenos, el
viaje, el contacto con los otros, lo que da pie a pensar en la escritura. Decía
antes que con Guerriero no hay fórmulas ni métodos, pero lo que sí hay son
hallazgos recurrentes, ciertas huellas impresas con mayor fuerza que las otras
y entre las que figuran, desde luego, un modo de decir las cosas, la búsqueda
de un estilo narrativo no precisamente correcto ni mucho menos previsible, sino
uno que logre captar y transmitir el carácter de un personaje, el detalle que
ilumine la vida de una forma particular.
Pero
detrás del estilo y el efecto tiene que haber un arduo trabajo de observación. “Digo
mirar con carácter, digo contar un mundo, digo tratar de entender” (106),
afirma la autora al cuestionarse sobre el auge de la crónica latinoamericana
contemporánea y arrojar varias preguntas que no deberíamos dejar de hacer. La
respuesta llega desde el ámbito de lo personal, pero no por eso con menos contundencia:
Yo
no tengo respuestas para todas esas cosas pero puedo dar las que tengo para mí,
que nunca son claras y que no siempre son las mismas. Yo diría, por mí, que en
el qué y en el cómo intento –sin que me salga bien ni demasiado seguido-
provocarme cierto grado, si se puede alto, de incomodidad. Yo diría, por mí, que
hago lo que hago porque me gusta. Que hago lo que hago para saciar una
curiosidad monstruosa. Y que hago lo que hago para tratar de entender.
Para entender cómo se vive sin pies ni manos ni
cara encerrado en un hospital durante medio siglo por obra y gracia de una
sociedad, de la que formo parte, que dictaminó que así es como se curan esas
cosas.
Para entender cómo se mata lo que se acaba de
parir por causa de, entre otras cosas una sociedad, de la que formo parte, que
penaliza con ímpetu todas las variantes del aborto.
Para entender cómo alguien que podría pagar la
vida de varias familias enteras vendiendo tan sólo sus camisas, no lo hace.
Para entender a pesar de mí.
Para entender sobre todo a pesar de mí.
Para entender, sí, hasta que duela (111).
Entender
los móviles de la sociedad, sí, lo cual implica también comprender a los otros
y forma parte de este mirar tratando de entender aunque duela y hasta que
duela. Por eso, al hablar sobre periodismo cultural, sobre el trabajo del
cronista, Guerriero apela ante todo a una necesidad de mostrarle al lector
universos desconocidos que, de ningún modo, lo dejen en la indiferencia; de
hacerlo yendo más allá del adjetivo perfecto o del efectismo vacío, de hacerlo
despojándose del vocabulario políticamente correcto para mirar las cosas a los
ojos y llamarlas por su nombre.
Al
final de la lectura de Zona de obras,
es claro, no tenemos la respuesta de fachada impecable, sino el polvo y los
escombros, la certeza de que seguimos y seguiremos en construcción, no como escritores
ni lectores: como seres humanos. De Leila Guerriero nos quedan sus “tal vez” y
sus “quizás”, un largo recorrido de anécdotas, dudas, vivencias, encuentros
afortunados, días deslumbrantes y días aciagos. De ella y su trabajo también
nos queda una, tal vez involuntaria, profesión de fe que se resume en la
obligación de tener algo para decir:
La
mano de autores que, con premeditación y absoluta alevosía, para bien, para mal
y para todo lo contrario, escanciaron el adjetivo asqueroso junto a la palabra
niño, dotaron a un cable de una cualidad furiosa, a unos cuantos cuadros de una
voluntad demente, e hicieron toso eso no porque no tuvieran nada mejor que
hacer, sino porque sintieron, dura como fuego, arrasadora, la fe, la profunda
fe en que tenían algo para decir.
Y quizá de eso, y de ninguna otra
cosa, se trata todo esto: de estar enfermos de esa fe y de buscar,
desesperadamente, tanto en la paz como en la zozobra, las frases que puedan
transformarla en estremecimiento.
[…] Yo siempre estaré buscando, como un tigre
cebado, como un lobo en la noche, los rastros de esa fe, las huellas de ese
estremecimiento.
En esa fe, y en ese estremecimiento, leo.
En esa fe, y en ese estremecimiento, escribo.
Y esa fe, y ese estremecimiento, son todo lo
que tengo para decir (156-7).
Imagen: http://equivocos.com/tag/leila-guerriero/