lunes, 22 de noviembre de 2010

Germán Dehesa: un hombre elegante (no. 52)

el deber de vivir es irrenunciable, inevitable y gozoso
G.D.

 
En su artículo titulado “Sobre la elegancia” (Por Esto! 11 de noviembre 2010), José Díaz Cervera se aproxima a una noción muy particular de elegancia que reside en una forma de interactuar con el mundo. Hay algo seductor en las cosas que nos obliga a mirarlas elegantemente, a conocerlas y explorarlas hasta los más recónditos de sus misterios. “Ya sea que pensemos el tiempo como una línea continua o que lo imaginemos como un conjunto de instantes entre los cuales lo único que subsiste es la eternidad, algo debe tener de especial esa dimensión de nuestra vida para que nuestro pensamiento se ocupe de ella de maneras muy diversas”.
Leer a Germán Dehesa es asistir a esos instantes de eternidad y confirmar que, en efecto, el Charro Negro era un hombre elegante. Atento observador y pensador de los universos cotidianos, los misterios adquieren en sus palabras la más refinada vitalidad, la seducción de lo que se encuentra muy cerca de nosotros y que sin embargo, nos implica un ejercicio de agudeza y curiosidad extremas para llegar a conocerlo a fondo.
Desde la República de las Letras, que era el sitio de sus sueños, Dehesa explora, descubre, se fascina y habla no de las cosas, sino de la vida palpitante que en ellas encuentra. La cotidianidad es el templo de su devoción, así como la naturaleza humana ese objeto fantástico, sorprendente, ambiguo e infinito con el que dialoga a cada momento. Por eso el hombre elegante ama la humanidad y cree en el “nosotros” como
“el único pronombre digno de los humanos”. Porque es parte de esta extraña y compleja especie, los encuentros y desencuentros con ella le implican la perpetuación del ciclo interminable de preguntas y respuestas, así como la contundencia de afirmar sin reparos que “lo nuestro [lo de los seres humanos] es procurar y distribuir con disciplina, con justicia y con lúcida pasión la belleza verdadera y la verdad que, me consta, es de una belleza aterradora. Lo demás son asuntos menores, distracciones, perversiones, pequeñeces”.
Quizás lo más poderoso en los hallazgos del hombre elegante sea su sentido del humor y la risa llena de vitalidad (juguetona, gozosa, placentera, satisfecha, de frustración, de plenitud, de dolor) que residen en sus palabras. Si algo reconozco en él es su capacidad para despojarse del acartonamiento pseudointelectual y darnos una palmada en el hombro, un buen abrazo de bienvenida y la invitación siempre vigente para reír con él en un gesto genuino de complicidad.
El hombre elegante partió de esta generosa vida el 2 de septiembre pasado, imagino se encontrará explorando un mundo más complejo pero no menos fascinante. A nosotros (“lectora lector querido”) nos quedan sus palabras, agradecerle la voluntad y vocación que tuvo para compartirlas y esas afirmaciones reveladoras que pueden salvarnos cualquier día:

la maldad con bibliografía es terrible
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Aquí me tienen, lejos del odio, que es la pasión más inútil, y cerca del nuevo amor. A mi trabajo acudo; asisto y asistiré siempre (hasta que el siempre se vuelva nunca) […] El resto del mundo rueda y uno rueda con él y da por supuesto que la vida es más inteligente que nosotros. Navego rumbo a mis sesenta y un años y cumplo con darte las coordenadas de mis naufragios y mis restauraciones. A nadie le he robado la pelota, no aspiro a ser votado y hago tareas que ya ni los negros quieren hacer
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No seré polvo que vuelva al polvo; seré agua y a ella retornaré para permanecer y ser, como querría Quevedo, agua enamorada